Imagina que me da por ser ingenuo y por creer que todavía los finales pueden ser distintos y que incluso podrían sorprenderme. Supongamos que te creo y que decido subirme al caballitopolo, o siendo más osados, que me embarco en el yatenáutica y me da por observar la vida a través de un polarizadoarmani. Digamos que entonces, me aferro a alguna tonada empalagosa tal vez pegajosa, que me dice que los opuestos se atraen y me convence que yo sin ti y tú sin mí ya no somos dos y somos uno en realidad.
Entonces me diría que esa pose, que usualmente me parece eso, y no una forma de ser, es auténtica y que en verdad serías esa modelo de pasarela, esa mercadólogachavitabien, que está dispuesta a caminar junto a un profesor, maestro, escritor, con alguna inclinación a la izquierda, del que se han dicho cosas mucho peores.
Digamos que entonces nos arrancamos las etiquetas y serías sólo tú y sólo yo. Digamos que te tomo de la mano, te paseo como adorno en este paso sin tregua que llevo por la vida. Entonces podría subirme a un convertible o a un todo terreno, contigo como copiloto, seguro que sin importar la velocidad, o lo accidentado del camino, llegaríamos (aunque a pesar del optimismo, todavía no sé a dónde).
Por unos cuantos instantes, me podría despojar de esta necia tendencia a analizar y desechar todo aquello que me parezca superficial y banal. Podría incluso creer que lo escrito en un muro es verdadero y que presagia un futuro de final feliz.
Tal vez me convencería que las mariposas no están hechas para volar y que posada ahí, en ese lugar donde antes pensé que era absurdo colocarla, ahí está ella anunciando el amor verdadero y el inicio de este nuevo lovpareid.
Pero entonces, si todo esto pasara, ¿en qué momento, esa mariposa que se aferra a golpear en mi ventana, me convencería de que las mariposas vuelan y me traería de vuelta a la realidad?
Condechita, practicando su telepatía.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario