jueves, enero 28, 2010

Lenguaje Cifrado.

"... te puedo abrazar, ya estás aquí,
es tu bienvenida y yo soy tan feliz ..."
(Fernando Delgadillo, "Bienvenida")

Fue un acuerdo tácito. A la medianoche de cualquier marzo bisiesto se encontrarían. También en los sueños helados del estío, entre las palabras de los cuentos que no habían leído y -vaya usted a saber por qué- en el último sorbo de la copa vacía de esperanza. Se encontrarían sin buscarse, porque a esas alturas de sus respectivas vidas no había mucho qué buscar, sobre todo después la lluvia de estrellas que no habían cumplido el más mínimo deseo.
Así, sin conocerse siquiera dos días de vida iniciaron el viaje. Tomados de las manos que, hay que decirlo, jamás se habían tocado. Ella le pidió que no tuviera piedad con esos asuntos de la verdad; a cambio, él, con un escalofrío que no podía ser otra cosa que la falta de costumbre en los terrenos de la ternura, le dijo que no quería escuchar un sólo "perdóname".
Como es bien sabido, el amor -vocablo transitorio- no tiene explicaciones ni ensayos; no sabe de medias tintas ni borrones. Así que ellos se cotejaron uno al otro, compararon sus historias -las lógicas, las mágicas, las trágicas, las cómicas, si es que acaso todas no son lo mismo- y se sonrieron en la distancia.
También iniciaron ritos, protocolos, programas: ella le buscaría en el silencio, él le cuestionaría a través de terceras personas pero, sobre todas las cosas, nunca se jurarían un "por siempre", jamás se dirían "te amo" y se suspirarían mutuamente, cada quién con su cada cual, en el destierro de la soledad, al amanecer y en la neblina, cada uno en su púlpito, cada cual detrás de la puerta cerrada de su habitación.
Hay que decir que, sin quererlo ni esperarlo, también inventaron códigos, lenguajes encriptados, signos y señales que eran lo suficientemente transparentes para pasar inadvertidos. Esa era la verdadera magia que tenían entre las manos. Saberse clandestinamente destinados a pertenecerse sin poseerse, a desearse casi con frenesí; así, sin mayores aspavientos ni expectativas.
Ella era fanática de romper esquemas, él era adicto a esa forma poco ortodoxa que ella tenía para exiliarlo de la monotonía. Se pedían mutuamente besos en la nariz y caricias posfechadas; Ella en voz alta; él, no tanto. Se perdían drásticamente en el café a distancia, en la ensalada y el insomnio. A veces ella perdía la vista mientras alguien le hablaba y le gustaba pensar que él -al mismo tiempo- estaba perdiendo la mirada con la cabeza recargada en el colectivo, imaginándose mutuamente, soñando con su encuentro, diciendo en un murmullo su nombre, suspirando y volviendo a sonreír.
¿Que cómo termina la historia?... quién sabe. La última vez que les vi abordaban (cada cuál en diferente momento, no fuera la de malas) un avión hacia cualquier rincón del Universo: Buenos Aires, Florencia, La Habana, cualquier lugar! -el mundo era su casa- donde no tendrían que verse forzados a usar códigos, lenguajes cifrados, signos y señales... quizá ahí, en ese rincón del Universo, sabrían que su historia era más común de lo que habían querido creer...
Vale pues. Salud y que el insomnio sea un hábito que descubra los signos, las señales, los lenguajes.
U.

miércoles, enero 27, 2010

Antes de amanecer.

Para Ella y su escepticismo
Procuro cuidar que el sueño no me venza a esta hora y en esta mesa de apuestas que no sabe de soledades ni abandonos. Decido mirar mi juego y entreverar en cada "as" y cada "dama" una letra de tu nombre, que sonrías al descubrirte en una frase, en una letra, quizá entre líneas. Como cuando te digo "ternura" y tú no haces sino guardar silencio y volver a barajar...
Es extraño decirte este tipo de cosas aquí y ahora, en la última mesa del casino, cuando ambos tenemos bien claras mis filias y tus fobias. Tal vez porque eres mi más dulce filia, quizás porque soy tu más ligera fobia. Cierro los ojos y no alcanzo a comprender cómo, por qué, cuándo ha ocurrido todo esto de empezar a jugar sin bluffear, destapando las cartas sin tener el revolver a la mano. Pero tampoco busco explicaciones. Y menos ahora. He apostado por la vida, y también te he dicho -viéndote a los ojos: "va mi resto"
Apenas si se puede creer que todo sea tan clandestino, misterioso y oculto. Es decir, en cualquier sociedad que se precie de civilizada, tú y yo seríamos sólo un par de anacoretas jugadores retándose mutuamente en este póker sin principio ni final. Pero la gente observa, espera la siguiente carta, vigilan tus expresiones y las mías. Me miras a los ojos como desde una fotografía.
Me froto fuerte los ojos, bostezo, tengo frío. Sostenerte la mirada no es empresa fácil, tampoco decirte entre dientes que quiero asaltarte los labios, morder tu sonrisa, abrazarme a tu vuelo. Será que eres mi secreto más público, menos oculto, más indispensable.
Enciendo un cigarrillo y descubro los ases, los reyes, el full como método mientras tu rostro no se mueve un ápice. "Pago por ver", te digo más confundido y nervioso que un estudiante de segundo de secundaria delante de la chica popular da la escuela y tú no disimulas la carcajada...
Y entonces no sé cómo responder a la sonrisa, será que cada día que transcurre, inyectas un poquito más de tu inspiración y locura en mis venas, debajo de la piel, en cada poro. Será que una por una tus cartas forman la flor imperial. Será que me sobran palabras, que no resisto las ganas, de besarte los labios, una y otra vez más.
Será que sonríes complacida y dices "has vuelto a perder". Será que despierto a las cinco, a las seis, a las diez, e imagino cómo sería beber tu veneno, siempre, siempre antes de amanecer...

lunes, enero 25, 2010

Teoría y Práctica

"Darse no tiene sentido más que si uno se posee"
(Albert Camus)

Para ti, aunque lo dudes...

Maravilloso. Así describió el encuentro que el azar le ofrecía en aquel instante. A la medianoche del enero más insomne del que tuviera memoria, volvió a escribir. No por su propio bien, no por terapia de recuperación, no por encargo. Escribía porque la imagen de ella, sin pedirlo, lo exigía. Suspiró profundo, como hace mucho no acostumbraba y el suspiro le alcanzó para cerrar los ojos y reptar por el recuerdo. Enumeró los días, meses, años que habían transcurrido sin emociones. Aunque es preciso decir que cuando la Felicidad toca a la puerta, es mejor haber tirado los recuerdos amargos a la basura.

Entre café y cigarro, la predijo seria, frunciendo el ceño y diciendo con voz de niña tierna: “promételo!”. También la anticipó en las tardes de lectura, mientras la copa de vino y durmiendo. No pudo menos que sonreír y algo más profundo que un beso posfechado iluminó la habitación. “Veinte” –se repitió- abriendo por completo los ojos y volviendo a sonreír. ¿Cómo era posible que tuviera que transcurrir tanto tiempo para decir algo tan simple como “has trascendido en mi vida”?.
Claro que era lo más irracional del mundo. Por supuesto que carecía de lógica. No existía un solo proceso analítico que sustentara tal barbaridad. Pero tampoco le importaba. Mientras tuviera de su lado a Serrat elocuente “es caprichoso el azar”, a Silvio justificante “quiero que me perdonen por este día los muertos de mi felicidad” o a Benedetti interrogativo de “quién hubiera creído que se hallaba sola en el aire, oculta, tu mirada”, podía dejar de lado cualquier abstracto como la libertad, la paz mundial o la lucha de clases… aunque sólo fuera por esa noche
Podía, entonces sí, dedicarse a profetizarla –al menos en teoría- a imaginarla de todas las maneras posibles: feliz jugando a ser mujer, suspirando mientras la mirada se perdía en la monotonía, leyendo las más recientes incoherencias que él escribía, sonriendo al descubrirse entre los renglones y las letras, inexplicablemente eufórica porque tenían un secreto mutuo que reinventaban cada que la luna los encontraba solos en su parcela de vida
Se preguntó cómo sería el sabor de sus labios, qué sensaciones nuevas podría descubrir si entrelazaban los dedos y su mirada, ¿cuántas preguntas podría resolver? Y aunque probablemente esa idealización de ella, Ella o ELLA, no tenía perspectiva ni futuro, no contaba con certezas ni compromisos, ¿qué más daba? ¿Acaso el amor no es eso? Una espera, una esperanza; en todo caso: la realización de lo imposible, el final del arcoíris, el olvido del olvido.
Así fue que, a esa hora del enero más insomne del que tuviera memoria, apagó el cigarrillo, le dio un sorbo largo al café, suspiró –o bostezó, quién puede saberlo?- y la teoría dio paso a la práctica. Preparó la maleta y salió a encontrarla. Sabía que existía.
Vale pues. Salud y que no tengan que transcurrir 20 días, 20 meses o 20 años para decir lo obvio.
U.