domingo, noviembre 22, 2009

Una raya más al tigre.

"... Yo no jugaba para no perder
tú hacías trampas para no ganar..."
Joaquín Sabina en "El rocanrol de los idiotas"

Algo les dijo, a ambos, que esa partida no iba a ser sencilla. Ella y él tenían sus ayeres en eso del juego. El póker era su afición. Claro, cada cuál por su lado, cada quien en su trozo de realidad. Pero, podría decirse, sabían nadar en eso del bluff, los pares, las tercias y la flor imperial. Así que no fue extraño que aquella noche, al sentarse a la misma mesa, después del saludo, ambos desenfundaran -cada cual- su mazo de cartas.

Ambos sonrieron: "entre tahúres no nos cantamos los ases" le dijo ella. Él asintió y pidieron una baraja "virgen", sin olvidar el comentario de él: "ah, pero queda alguna?" Ella suspiró, arqueando las cejas, pidiendo a "Diosa" un poco de paciencia, dos kilitos de tolerancia para no mandar a la chingada todo, ahí mismo.

Así que vino el barajar las cartas, repartirlas y brindar por el inicio de la noche, todo de un tirón. Ella -mientras el cigarro- amenazó con un par de reinas. Él, qué raro, levantó la ceja e hizo esa mueca que en cualquier otro podría parecer una sonrisa. De esa forma estuvieron profetizándose, poniéndose al alcance del otro sin dejarse alcanzar, jugando póker posfechado, cada dos noches cuarto menguante, encontrados sin buscarse al mediodía de cada quincena. Sin premisas ni promesas, con cientos de recuerdos y conscientes de olvidarlos todos.

"Tenés la mirada cansada" le soltó ella al inicio de la tercera partida, para distraerlo "es el cigarro, o el güisqui, o la cerveza, o la edad, o el tiempo o qué carajo voy a saber..." le respondió él sin dejar de ver las cartas, llenándose los pulmones de nicotina. "Quieres otro trago?" pregunto él con los ojos entornados, bostezando. Ella se limitó a mover la cabeza en clara negativa y sus ojos grandes, oscuros, escudriñaron el rostro ajado, siempre inexpresivo de él. Alguien había tenido la irresponsabilidad de presentarlos. Y ahí estaban. Aceptando el reto. Sin culpas ni disculpas.

Quién sabe cuánto tiempo habrán permanecido en esa mesa. Trago a trago, cigarrillo a cigarrillo, jugando al mismo juego, intercambiando frases sueltas, trozos de poesía, nostalgias completas, odios antiguos, sentimientos razonados que, como se sabe, son los más honestos tratados de soberbia. Y ahí seguían, sin darse por vencidos -ninguno-, descubriendo las debilidades del juego contrario -ambos-, sin saber más allá del nombre y lo que el otro -y la otra- dejaban saber.

Ella, la feminista, siempre concentrada en las cartas, en la apuesta siguiente, traía a cuestas su carga de dilemas, constructos y deconstrucciones, el arma siempre al alcance de la lengua para -si se ofrecía- cercenar el más mínimo atentado contra su dignidad feminista. Con el día a día protegiendo, asesorando, "empoderando" mujeres (aunque vaya usted a saber qué signifique empoderar), con la furia y la pasión adecuadas, justas, pero exacerbadas cuando es fundamental que el mundo sepa que las mujeres son eso: f-e-m-i-n-i-s-t-a-s !

Él, el tantas veces denominado "misógino", divagó por la partida (o partidas) por la noche (o las noches) esgrimiendo esa mueca que en cualquier otro -ya lo dijimos- pudiera ser una sonrisa, escuchando, analizando cada palabra a cuentagotas, haciendo sarcasmos de las contradicciones visibles, del martirologio femenino, feminítico, feministoide. Haciendo los chistes usuales ("Si la mujer fuera buena, Dios tendría una"; "quieren que las mujeres tengan más derechos? agranden las cocinas")... conociendo y comparando, aprendiendo y aprehendiendo, deletreando los argumentos (no fuera a terminar en un MP por 'maltrato psicológico' a una 'feminista').

Así, como quien no quiere la cosa, transcurrió el tiempo, la noche o las noches, el día o los días. Se terminaron los tragos y los cigarrillos. La música y los chistes. A esas alturas del partido -es decir- de la partida, ambos estaban prefigurando al otro, al contrario, al enemigo.

Se supieron, pero no se saborearon. Se masturbaron las neuronas al grado del orgasmo mental. Pero, como cualquiera sabe, amor no es literatura si no se escribe con piel. Y poco a poco el misógino empieza a ceder terreno, pensando que bueno, tal vez no todas sean iguales, quizá "ella sea diferente", que ya a su edad, tal vez sería "bueno" que... por qué no?. Y suspira.

Ella, por su parte, piensa -también- que quizá, bueno, por qué no?, quién sabe, probablemente no sea tan macho, ni tan misógino, ni tan ojete si, de todas formas, "un tipo que lee poesía, no puede ser tan malo". Y también suspira.

Ambos dejan las cartas sobre la mesa (bocabajo, por si las dudas). Entonces ocurre que ella y la sonrisa, se muerden los labios, él y la mueca (que en cualquier otro... ya lo dijimos), también. Se miran y vuelven a suspirarse para, después, lentamente, dar vuelta a las cartas del rival. Descubren, casi sin sorpresa, sí con una rabia color tristeza que ambos tienen póker de ases.

Se sonríen, cínica, sincera, absolutamente. Dicen salud por última vez, apuran el trago de un sólo sorbo. Por algún tipo de oscuro designio se escucha aquella canción: "de aquel amor, de música ligera..." Ambos saben que no volverán a verse ni a jugar. Ella a seguir empoderando, él a seguir analizando. Ha sido una raya más al tigre. Y nada más.

Vale pues. Salud y que las partidas sean de póker y de nada más.

Ulises, aprendiendo que la tercia siempre es mejor que los dos pares.


martes, noviembre 03, 2009

Crónica de Café.

La noche es la mitad de la vida y -definitivamente- la mejor mitad

Goethe

Hay quien dice que las grandes revoluciones, las mejores amistades y las más apasionadas historias de amor tienen algo en común: son casuales, imprevistas, insospechadas y absolutas. Quién sabe. Sólo sé que no lo planearon, simplemente lo decidieron. Esa tarde ella estaba aburrida de dormir veinticuatro horas interrumpidas por dos visitas al baño y una a la cocina. Él, desde su esquina del mundo, se puso a arreglar la política internacional, el fútbol y los misterios femeninos con su más cercano partenaire intelectual. Cada quien desde su atalaya, cada cual en su púlpito, cada uno en su llanura –o su páramo, vaya usté a saber.

Seguramente los dos bostezaron al mismo tiempo, parte por el frío de la tarde de cambio climático sensible, parte por tedio y alguno se atrevió a preguntar: “y si vamos por el café que nos debemos?” y el otro dijo simplemente, “va”. Dicen que así empiezan las revoluciones, las grandes amistades, las historias de amor inolvidables. Quién sabe. Vaya usté a saber

El caso es que se encontraron a deshoras de la tarde, con la lluvia latiendo por las aceras encharcadas y los parabrisas que no se olvidaban de llorar. Él oteó el ambiente del área de fumar (qué, ¿hay de otra?) y reconoció –casi sin pena ni duda- los ojos color verde mariguana de los que el Sabina habló alguna vez. Detrás de la neblina de tabaco, ella y la sonrisa plena, franca, sin dobles ni triples intenciones. El abrazo cálido, breve, sincero, determinó el rumbo de las cosas: dos que se re-encuentran después de mucho tiempo de ni siquiera conocerse,con la familiaridad de los sediciosos que han compartido un Golpe de Estado, una conspiración, un acto subversivo, y sobrevivieron para contarlo.

Así fue, y no de otra manera, que hilvanaron sus historias. A trompicones e interrupciones, a risas y sonrisas. La infalible carcajada cuando hablaron de temas tan simples como absurdos. La seriedad y el protocolo cuando los temas absurdos -pero no tan simples- hicieron su aparición. Cotejaron sus historias, y aunque ambos sabían que todos los finales son el mismo repetido, deslizaron sobre la mesa un acuerdo tácito: la esperanza de no decirlo.

Por su parte, el tiempo aunque no tuvo tiempo de hacer inventario de los cigarros, el café y las palabras, sí exigió el pago de su cuota de placer. Y fue el tiempo, ese perseverante miserable, el que seduo a la mesera medianoche para que les dijera, previo carraspeo y sonrisa fingida: "señores, ya vamos a cerrar".

Muchas cosas quedaron en el tintero, algunas más que las colillas que llenaron el cenicero. Salieron al frío de la noche, él, con una verdad recién aprendida, un aprendizaje verdadero; ella, jugando a vivir, viviendo como en juego; con los ojos verdes iluminando la noche, brincando entre charcos, evadiendo el protocolo.

Luego, ya sabe usté, la despedida, el lugar común del "ojalá que volvamos a vernos..." y la frase, combinada con el café, que produce insomnio: "Para ser feliz, no siempre necesitas tener la razón"... pero ésa es otra historia.


Vale pues. Salud, un café y un cigarro para continuar la conversa.

U.

jueves, junio 25, 2009

Bodas de Madera

"Que todas las noches sean Noches de Boda
Que todas las lunas, sean lunas de miel..."
(J.S. "Noches de Boda")
Para Ella. Por estos cinco años de Vida.
No es tarea sencilla escribir para describirte. Describirte para reconocerte. Re-conocerte para re-sentirte y re-tenerte. Pre-sentirte.
Describirte es admirarte por la independencia en tu día a día; valiente en el paso a paso; exitosa a pesar de tantos reveses, que cualquiera podría catalogar de fracasos. Admirarte por ese plantar cara ante la adversidad, rumiar el desespero y volver a luchar. Admirarte no sólo por tu mirada triste o feliz, no sólo por el cuerpo codicia, la cadera precipicio, las piernas malicia –herencia de Buenos Aires, Puebla o Madrid.
Describirte es confiarte que en vos confío. Sin necesidad de palabrería sórdida, elaborada; sin tener que idealizarte y ponerte en el altar de lo imposible. Así de sencillo, así de simple. Confiarte los más tristes recuerdos, sin temor a que los uses como armas. Confiarte los mayores deseos, con la confianza que no sean navajas, cuchillos, dagas. Confiarte no sólo por tu voz de niña, confiarte no sólo por la carita de no rompo un plato. Confiarte porque sé que aunque rompes toda la vajilla, también sos confiable, no sólo de a pocos, no sólo de a ratos.
Describirte es respetarte –y mira que me cuesta trabajo. Respetar tus preferencias religiosas, tus gustos musicales, tus manías, tus obsesiones, esas pequeñas cosas que a veces pienso no son preferencias sino una lista de malas decisiones. Respetarte el sueño cuando no duermes, respetarte las faltas de ortografía, respetarte el desorden que en ciernes, se conjuga con esa pueril alegría. Respetarte es aceptar que por mucho que lo intente, vos no vas a cambiar, tenés tatuada en la piel esa falta de planeación a ultranza, la herejía de hacer precocido el arroz y, por si fuera poco, cantas por toda la casa cuando todavía no despierta el sol. Describirte es respetarte, aunque sí, para qué negarte, respetarte es faltarme al respeto de una manera feroz.
Como verás, amor, no es fácil describirte, pero con qué valor y con qué cinismo podría no decirte que quiero desnudar la verdad y contarle a todo el mundo que el amor no es un concepto que caduca con los años. Que tampoco es lucha, merecimiento, dolor profundo, factura y reparación de daños. Cómo explicarle a la gente que amor no es firma sobre papel, lugares comunes, costumbres, o el tan llevado y traído “por siempre fiel”.
Esto que tenemos, y sábetelo bien, tampoco es la definición de amor: los desacuerdos que entreveramos a diario. Las deudas que nunca he pagado, nuestras ausencias intermitentes, las risas que compartimos con cheque posfechado, las planeaciones pendientes, el tanto y de tantas maneras que no ha caducado. Esto no es amor… pero cómo se le parece.
Esto que tenemos, mi niña, no es amor: la solidaridad llevada al exceso, ser tan mujer que vos sólo quieres besos, sin interés y sin intereses, sin hipótesis ni hipotecas, sin futuros ni garantías, sin doble moral, sin cursilería. Esto no es amor… pero cómo se le parece.
Esto que tenemos, la descripción, el respeto, la confianza, la admiración, la esperanza, te lo digo de una vez, no es amor. Por eso sé que tengo que cortejarte en el presente, en el hoy por hoy, consciente de que soy un inconsciente cuando me pierdo entre tus piernas abismo, cuando navego por la piel torrente y te vuelvo a decir “mi amor”. Aunque yo sé que esto, esto no es amor… pero cómo se le parece.
Felices Bodas de Madera.
Ulises

miércoles, junio 10, 2009

El poder. La prepotencia. La indolencia.

"... llorá, botija, pero no olvides."
Mario Benedetti.

Para Eduardo, por la conversación que, vaya cosas!, me dio la razón.

Yo lo vi, nadie me lo contó. Claro que me lo habían dicho. Claro que lo sabía por terceras y cuartas personas. Por referencias directas. Nunca lo había visto en todo su esplendor. Me dijeron que Díaz Ordaz, que las masacres, que el 10 de junio del 71, que el halconazo, que el "jueves de corpus". Todo eran historias. Sólo hasta hoy. Estaba -ya sabes- jugando al obrero siglo XXI, muy tranquilo, aporreando las teclas de la computadora cuando todo empezó.
Los pocos -o muchos- que presenciaron su llegada, comentaron casi como el reporte del clima o la enésima derrota del Tri que estaban pasando muchas patrullas, "muchas motocicletas". Yo seguí entretenido en la primera página del más reciente libro que ha caído en mis manos. Sirviéndome agua como al descuido y pensando en la cita impostergable con "Ella".
Así que me dije (y no "a mí mismo", eso no lo digo por respeto a mis muertos) que era tiempo de dejar el café y el cigarro e ir por algo de comer. Total, me despedí de todos (te acordarás) y salí de la oficina. Empecé a caminar cuando tres mujeres tomadas por el brazo me encontraron de frente. Me soltaron, de golpe, sin misterio: "no vayas para allá, está la policía".
Yo lo vi, nadie me lo contó. El terror en sus miradas, la palidez en el rostro. Las manos haciendo las veces de garras aferrándose al brazo de la de junto, como si eso les diera la tabla de salvación en ese simulacro de naufragio.
Tampoco te voy a contar que fui corriendo para salvar al mundo o para luchar junto a la clase obrera (qué va a ser un fulano con una mochila al hombro contra "más de cien efectivos policiales"). Pero sí te digo que seguí caminando, que me acordé de las garantías constitucionales y todo eso que se han pasado por el Arco del Triunfo los títeres del poder económico que "dicen que" gobiernan este país. Así que muy armado con mi argumento de la libertad de tránsito, seguí
Yo lo vi, nadie me lo contó. Más de diez, veinte, quién sabe cuántos, en camionetas, motocicletas, en automóviles sin sirena y sin matrícula. Con el rostro cubierto, con las armas desenfundadas, gritando "por allá! dale por allá, a la vuelta los agarramos!".
Yo lo vi, nadie me lo contó. La prepotencia. Esa impunidad vestida de azul. Con escudos antimotines. Sin el menor asomo de humildad. Regodeándose con el tolete (sin albur), amenazantes. Y todavía seguí caminando. Tampoco te digo que me hice el valiente. Porque la verdad, iba que me cagaba del miedo. Me acordé de tantas y tantas historias, de leyendas, mitos, quién sabe si realidades. Que si Heberto, que si los desaparecidos por estar en el lugar equivocado en el momento equivocado. Sí. Me cae que sí. Pero tampoco era cosa de echarse para atrás en ese momento. Hubiera sido peor.
Yo lo vi, nadie me lo contó. Esa deshumanización. La desarticulación de la razón. La bestialidad de cinco, seis, siete, arremetiendo contra uno solo: a puños y patadas. Sin el menor rastro de compasión. No sé qué edad tendría él. No sé quién sería. Pero me cae de madres, Eduardo, ahorita que te lo cuento, me da rabia, pena, coraje, hasta ganas de llorar, haber sido tan comemierda. Y me quedé ahí, pasmado, hipnotizado, mirando, mirando. Como pendejo. Simplemente mirando.
Hasta que no sé por qué, si por puro pinche instinto de supervivencia, si por cobardía, me alejé pálido -yo también- con las piernas temblando -yo también- con la vista fija, la mandíbula rígida, buscando algo a qué asirme, a qué sujetarme. Yo lo vi, nadie me lo contó. Claro, era el resabio de lo que hicieron hoy en la sección 51 del SNTE, en contra de los maestros disidentes.
Yo lo vi, nadie me lo contó. Los que gobiernan -o dicen que gobiernan, enviaron a policías -hordas de ellos- a reprimir manifestantes. No es cierto, Eduardo, en este país no hay democracia, no hay garantías individuales, no hay derecho a manifestarse, nada de eso. Hay una dictadura.
No es cierto. Lo que te van a decir en la televisión (que nada han dicho a esta hora), en la radio (que tampoco han dicho nada, por cierto), y a lo mejor hasta en internet, está editado, maquillado, diluido. No es cierto, Eduardo, no hay un milímetro de libertad. Tú, yo, todos, somos parte de este patético rebaño.
Ellos son los que te piden que votes, con la mano extendida al frente, con la mano que empuña el garrote escondida. Se llaman PRI, se llaman PAN, PRD, tienen siglas y presupuesto. Ven morir a su gente de hambre y les vale madres.
Claro que podría echarte más líneas, más palabras, acerca de la brutalidad de los que "guardan el orden" en contra del mismo pueblo que los elige. Y también podría decirte muchas cosas más acerca de la deshumanización de quien, en su origen, es el pueblo, contra su misma clase, su misma raza, su misma "perrada". Pero ¿para qué? Quizá todo esto lo sepas de sobra y después de leer esto, me vuelvas a decir que "la lucha tiene que ser dentro del marco de las instituciones que nos gobiernan". Seguro es, te lo digo desde ya, que no creo poder sentarme a la misma mesa que los represores. Nunca.
Yo lo vi. Nadie me lo contó. Pero para qué te sigo contando algo que se ha hecho costumbre. Podría llenarte de epígrafes, de discursos, de poesía revolucionaria o canciones de protesta. Podría, pero ¿para qué? Si todo lo que ocurriría es que al final -ya ves, el más revolucionario se traga su coraje y sigue caminando, cagándose de miedo. Eso sí, lleno de dolor -pero de ese dolor hueco; de coraje -pero de ese coraje a lo pendejo que no se solidariza en la lucha de clases y que sigue la regla del sálvese el que pueda...
Sea pues. Que tengas linda tarde. Y que no se te ocurra disentir del poder. Podrías acabar -una de dos- golpeado por cinco, seis organgutanes o cagándote del miedo.
Ulises.

martes, abril 07, 2009

Aniversario.

Para los exiliados, porque algún día encuentren el camino de vuelta.
Aquella noche, se despidió de los pocos que habían sobrevivido. No eran más de dos, o tres. Todavía pensó, antes de beber el trago de autoexilio, si era conveniente realizar ese blanqueado de sueños a granel, vaciar el diccionario de todas las palabras que significaban rebeldía. Oteó el ambiente, por si acaso le seguían de cerca los recuerdos tortuosos, los sueños rotos, las pesadillas en high definition. Pero no, no había nadie. Sólo sus más cercanos, los más entrañables, los que quedaban después del sexenio más lúgubre.
La terminal a media luz, no era ni siquiera un sucedáneo de los aeropuertos donde solía acotar la soledad con la típica frase que dirigía a las azafatas de ocasión: "sabés volar?". Pero cada quién va tejiendo y destejiendo sus confrontaciones con la soledad y quién sabe cuántas veces se pueda derrotar a la nostalgia, convocar a la alegría. Quién sabe.
Lo cierto es que esta vez no estaba el horno para felicidades ni nostalgias, sólo para urgencias. Así que con la maleta cargada de inciertos, uniformado de dudas, con la mirada áspera, impaciente, subrepticia, deambulaba por los andenes, no fuera que sus perseguidores le hallaran las pisadas, o los pinches cuicos de siempre le fueran a delatar.
Total, que cuando el autobús tomó carretera no supo si sentirse agradecido o temeroso. Sintió que traicionaba a los que se quedaban. Pero asumió -por vez primera, quizá- que eso era necesario para sufragar las revoluciones personales, o -quizá. quién sabe- para curarse en salud.
Así fue que, hace un año y un día, desembarcó en su exilio, con un calor atorrante, como hoy, con diez kilos más de los que tiene hoy, con las ganas pequeñas de regresarse en ese mismo instante (quién iba a decir que la ganas no iban a desaparecer, todo lo contrario). Con un par de posibilidades y dos pesos, con la barba de tres días y los ojos del sueño. Desembarcó en su exilio.
Acaso no tenía la más remota idea de que allí, justamente en esa ranchería olvidada del mundo, donde ni Pedro Páramo se hubiera atrevido, en esa Comala hirviente, un año después, aprendería a aprender. Olvidaría lo otrora inolvidable y, podría sonreir, con la sonrisa chueca, a mandíbula batiente, porque sabía el camino de regreso a la libertad...

Vale pues. Salud y que los exilios siempre tengan algo qué enseñar

El U.