"... llorá, botija, pero no olvides."
Mario Benedetti.
Para Eduardo, por la conversación que, vaya cosas!, me dio la razón.
Yo lo vi, nadie me lo contó. Claro que me lo habían dicho. Claro que lo sabía por terceras y cuartas personas. Por referencias directas. Nunca lo había visto en todo su esplendor. Me dijeron que Díaz Ordaz, que las masacres, que el 10 de junio del 71, que el halconazo, que el "jueves de corpus". Todo eran historias. Sólo hasta hoy. Estaba -ya sabes- jugando al obrero siglo XXI, muy tranquilo, aporreando las teclas de la computadora cuando todo empezó.
Los pocos -o muchos- que presenciaron su llegada, comentaron casi como el reporte del clima o la enésima derrota del Tri que estaban pasando muchas patrullas, "muchas motocicletas". Yo seguí entretenido en la primera página del más reciente libro que ha caído en mis manos. Sirviéndome agua como al descuido y pensando en la cita impostergable con "Ella".
Así que me dije (y no "a mí mismo", eso no lo digo por respeto a mis muertos) que era tiempo de dejar el café y el cigarro e ir por algo de comer. Total, me despedí de todos (te acordarás) y salí de la oficina. Empecé a caminar cuando tres mujeres tomadas por el brazo me encontraron de frente. Me soltaron, de golpe, sin misterio: "no vayas para allá, está la policía".
Yo lo vi, nadie me lo contó. El terror en sus miradas, la palidez en el rostro. Las manos haciendo las veces de garras aferrándose al brazo de la de junto, como si eso les diera la tabla de salvación en ese simulacro de naufragio.
Tampoco te voy a contar que fui corriendo para salvar al mundo o para luchar junto a la clase obrera (qué va a ser un fulano con una mochila al hombro contra "más de cien efectivos policiales"). Pero sí te digo que seguí caminando, que me acordé de las garantías constitucionales y todo eso que se han pasado por el Arco del Triunfo los títeres del poder económico que "dicen que" gobiernan este país. Así que muy armado con mi argumento de la libertad de tránsito, seguí
Yo lo vi, nadie me lo contó. Más de diez, veinte, quién sabe cuántos, en camionetas, motocicletas, en automóviles sin sirena y sin matrícula. Con el rostro cubierto, con las armas desenfundadas, gritando "por allá! dale por allá, a la vuelta los agarramos!".
Yo lo vi, nadie me lo contó. La prepotencia. Esa impunidad vestida de azul. Con escudos antimotines. Sin el menor asomo de humildad. Regodeándose con el tolete (sin albur), amenazantes. Y todavía seguí caminando. Tampoco te digo que me hice el valiente. Porque la verdad, iba que me cagaba del miedo. Me acordé de tantas y tantas historias, de leyendas, mitos, quién sabe si realidades. Que si Heberto, que si los desaparecidos por estar en el lugar equivocado en el momento equivocado. Sí. Me cae que sí. Pero tampoco era cosa de echarse para atrás en ese momento. Hubiera sido peor.
Yo lo vi, nadie me lo contó. Esa deshumanización. La desarticulación de la razón. La bestialidad de cinco, seis, siete, arremetiendo contra uno solo: a puños y patadas. Sin el menor rastro de compasión. No sé qué edad tendría él. No sé quién sería. Pero me cae de madres, Eduardo, ahorita que te lo cuento, me da rabia, pena, coraje, hasta ganas de llorar, haber sido tan comemierda. Y me quedé ahí, pasmado, hipnotizado, mirando, mirando. Como pendejo. Simplemente mirando.
Hasta que no sé por qué, si por puro pinche instinto de supervivencia, si por cobardía, me alejé pálido -yo también- con las piernas temblando -yo también- con la vista fija, la mandíbula rígida, buscando algo a qué asirme, a qué sujetarme. Yo lo vi, nadie me lo contó. Claro, era el resabio de lo que hicieron hoy en la sección 51 del SNTE, en contra de los maestros disidentes.
Yo lo vi, nadie me lo contó. Los que gobiernan -o dicen que gobiernan, enviaron a policías -hordas de ellos- a reprimir manifestantes. No es cierto, Eduardo, en este país no hay democracia, no hay garantías individuales, no hay derecho a manifestarse, nada de eso. Hay una dictadura.
No es cierto. Lo que te van a decir en la televisión (que nada han dicho a esta hora), en la radio (que tampoco han dicho nada, por cierto), y a lo mejor hasta en internet, está editado, maquillado, diluido. No es cierto, Eduardo, no hay un milímetro de libertad. Tú, yo, todos, somos parte de este patético rebaño.
Ellos son los que te piden que votes, con la mano extendida al frente, con la mano que empuña el garrote escondida. Se llaman PRI, se llaman PAN, PRD, tienen siglas y presupuesto. Ven morir a su gente de hambre y les vale madres.
Claro que podría echarte más líneas, más palabras, acerca de la brutalidad de los que "guardan el orden" en contra del mismo pueblo que los elige. Y también podría decirte muchas cosas más acerca de la deshumanización de quien, en su origen, es el pueblo, contra su misma clase, su misma raza, su misma "perrada". Pero ¿para qué? Quizá todo esto lo sepas de sobra y después de leer esto, me vuelvas a decir que "la lucha tiene que ser dentro del marco de las instituciones que nos gobiernan". Seguro es, te lo digo desde ya, que no creo poder sentarme a la misma mesa que los represores. Nunca.
Yo lo vi. Nadie me lo contó. Pero para qué te sigo contando algo que se ha hecho costumbre. Podría llenarte de epígrafes, de discursos, de poesía revolucionaria o canciones de protesta. Podría, pero ¿para qué? Si todo lo que ocurriría es que al final -ya ves, el más revolucionario se traga su coraje y sigue caminando, cagándose de miedo. Eso sí, lleno de dolor -pero de ese dolor hueco; de coraje -pero de ese coraje a lo pendejo que no se solidariza en la lucha de clases y que sigue la regla del sálvese el que pueda...
Sea pues. Que tengas linda tarde. Y que no se te ocurra disentir del poder. Podrías acabar -una de dos- golpeado por cinco, seis organgutanes o cagándote del miedo.
Ulises.
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