sábado, mayo 28, 2011

Última Partida

"¿De qué callada manera se me adentra usted sonriendo?

Como si fuera la primavera..."

(Pablo Milanés, de un verso de Nicolás Guillén)


Para que el día que lo sepas, no lo dudes, lo leas y te encuentres...


Dicen que pasó mucho tiempo en rehabilitación. Diez años para ser exacto. Pero después de eso, cuentan los que mucho saben (y los que no sabemos también lo decimos), se recuperó del todo. Ahora el juego le producía indiferencia.


Claro que veía a los apostadores compulsivos con cierta lástima y hasta comprensión. Por eso, cada que alguno se perdía en las mesas de póker, black-jack o ruleta, sólo suspiraba comprensivo. Dicen que cuando ellos perdían todo, el fulano les invitaba un güisqui o una cerveza y les soltaba el lugar común: "ya vendrán tiempos mejores"


Así fue como entró en el piso veinte esa noche, Sólidamente solo. Seguro de que nada más le podría pasar, que todos sus fantasmas se habían evaporado y que era "él más él". Sonrío por la vista de la ciudad, por el aire acondicionado -qué bendición- y dijo: "me lo merezco". Fue paciente en la espera mientras la hostess de rigor venía por él.


Caminó por el pasillo lleno de puertas blancas y algo así de mínimo le recordó al hospital. Luego, se llegó a su lugar y no pudo menos que volver a decir: "hagamos mundo, pues!". A los diez minutos tuvo sed e hizo ese mohín que podía significar lo mismo fastidio que asco, asco que agrado, y se aventuró a buscar un poco de agua.


Fue en ese momento, ni antes ni después, para que quede muy claro, que una punzada le dio en el centro del pecho (para quien no lo haya sentido, es como cuando te dan una patada en la espinilla) y tuvo que apretar los ojos, sacudir la cabeza, respirar profundo y repetirse ocho veces (el siete es un número muy usado): "estoy bien, es sólo mi imaginación. Esto no está pasando y si cuento hasta diez todo volverá a la normalidad"


Pero no. Tampoco era así. Siguió con los ojos cerrados. Pero habría que saber que los ojos son esa maravillosa herramienta que uno decide usar cuando decide abstraerse de la realidad y los cierra, pero no pasa lo mismo con los oídos o con la nariz (claro que no podés pasar el resto de la vida sin respirar).


Así que, después del conteo a diez, volvió a respirar y esta vez, más profundamente, cada partícula del perfume se coló a las pocas neuronas que le quedaban. Tuvo que sonreír (claro! no había de otra), suspirar y buscar a la dueña de su maleficio particular.


Ella, que ni siquiera sabía que él existía, barajaba una y otra vez, tal vez sin intención, con la sonrisa en todo lo alto, sin ápice de perversidad en la mirada. Jugaba sin saber que jugaba. Así, en la distancia, él la miró desde la supuesta rehabilitación. Movió la cabeza de un lado a otro y se dijo bajito, para que ni siquiera su más crítica personalidad lo escuchara: "Espero esta vez no perder... o no tanto, al menos..."


Se dirigió hacia ella, la miró profundamente, y ella, con ese gesto inquisitivo que pretende preguntar: "y tú quién chingados eres?" le dijo: "te puedo ayudar en algo?". El tipo sonrió y sólo atinó a responder: "me puedes ayudar a curarme de mi rehabilitacion"


Tomó de la mano de ella la baraja, suspiró, perpetró otra vez ese mohín que nadie sabía si era de asco, fastidio o complacencia, se arremangó la camisa, se dispuso a jugar su última partida y le preguntó a bocajarro: ¿sabes jugar?...

Vale pues. Salud y sabed que los jugadores, como los drogadictos, los alcohólicos y los mandilones, no dejan de serlo nunca.

Ulises, sonriendo y viendo cómo el fulano empieza -otra vez- a perder la partida ante unos ojos dulces como "primavera"