miércoles, septiembre 26, 2007

Fecha de Caducidad.

"¡Hay comida!, mi plato favorito, gritó para joder..."


Él los acompañaba en sus compras. Casi siempre la adquisición era la misma: una güerita unosesentaycinco, mirada clara, poses de diva, boca almibarada, perfume caro. Él sonreía. Pensaba "cuánto les durará el gusto" y apostaba consigo: una semana, dos, tal vez un mes... no más. Y así era. Podía verse en el producto la fecha de caducidad o el tan sabido: "Mejor consúmase antes de..." y volvía a sonreír.

Ellos le increpaban: "¿por qué nunca compras nada?", "¿por qué no te gusta la mercancía envasada?" Él miraba por la ventanilla del auto, abarcaba la noche y respondía: "no me atraen las mujeres con fecha de caducidad" Así pasaron bastantes lunas.

Hasta el día que ganó la lotería sin comprar boleto. Harto de sentarse a esperar "el amor de la vida" decidió entrar a la primera "tienda" que tuvo a tiro. Y compró uno de esos productos comunes: uno sesenta, mirada clara, voz de niña, nariz perfilada, cuerpo soberbia... en fin! todas las características de una mujer tan fuera de serie que parecía común.

Y la llevó a casa cada cuatro por siete, venticuatro por cuatro, foto por foto, rencilla por rencilla. Y le hizo el desayuno, preparó la cama, se vistió de gala, limpió telarañas de pasado, todo un espectáculo para entregar su mejor regalo...

Para qué alargar la historia con jirones de azúcar: que si la cena y las velas, que si las muchas horas de conversa, o las mañanas en que ella le hacía el nudo de corbata, las noches de sonrisas y ojos como faros. ¿¡Para qué!? De cualquier forma, las historias siempre -o casi siempre- terminan igual... así que, al despertar de cualquier mañana de veintialgo de septiembre, al acariciar la espalda, descubrió el tatuaje siniestro: "Fecha de Caducidad..." encendió un cigarrillo y, mientras ella despertaba, con la cruda y el amor, él la guardó lentamente en su envase, junto con todo lo demás que había qué tirar. El camión de la basura estaba por pasar.

Vale pues. Salud y que sus "productos" no expiren antes que el amor.

El U, amaneciendo después de otra No-Ella, tan plástica como artificial. (¿ardilla yo?)