domingo, agosto 24, 2008

En un oxxo.

"Si siendo bueno, no logro ser diferente
seré malísima gente, de mi se van a acordar..."
Cacho Duvanced ("Cuando me muera")
Otra muerte pasa rápido
Serena, silenciosa, estúpida
(todas las muertes son estúpidas)

La mujer suspira, el borracho dice no más
La muerte los vigila.
La anciana no lo sabe, pero también está al acecho.
Muerte. No Vida. Fin. Ahí está.

Los pantanos se cimbran, el cielo es estrellado.
La noche es perfecta. Él sale a comprar una coca-cola
Una mujer grita enardecida el orgasmo.
La vida está a la vuelta de la esquina. La Muerte también

Los infieles, las groupies, los “yonkis”, las putas.
Todos están. La Muerte también.
Hay rocío de madrugada. Y muerte. También
Él entra al minisuper. La Muerte tras de él.

Pide su coca, va saliendo. La Muerte con él.
Y entra un tipo de menos uno sesenta
Con una "escuadra" en la mano.
Apunta directo a su frente
-"La Muerte"- piensa él.

Y sonríe. ¿qué tiene qué perder?
“Tira”, le grita, la mirada se clava en la mirada
La Muerte sonríe
La Muerte es esclava de las decisiones.

Todo es en un segundo.
Las groupies, las rubias, las casadas
Todas.
Las solteras, las pasadas, la presente.
Todas.
Golpe a golpe, como en “the fight club”
Todo está ahí

La mujer que gritaba su orgasmo.
El rocío de la madrugada
La mujer sin estrenar.
La nena sin graduar.

Todo es simple. Ve a La Muerte.
Le cierra el ojo.
Nada más
Dos horas después, el levantamiento del cadáver.

La vida sigue.
La mujer grita otro orgasmo
Las groupies buscan otro ídolo
Los gays buscan otro candidato
La vida sigue.


Ulises, a 23 de agosto, saliendo del oxxo, con el sobrio sabor de muerte.




sábado, agosto 23, 2008

A ti

“… si alguna vez fui sabio en amores
Lo aprendí de tus labios cantores…”
(J.M. Serrat “Lucía”)

“Para Pilar, por lo que fue, por lo que es, por lo que será”

Cómo empezar a escribirte, tan lejana y tan a mi lado. Cómo decirte todas las buenas cosas que me has inventado. Cómo escribirte sin tener el atento del suspiro. Ahora, a este exilio al que me he dedicado, cómo poder definir lo que hay de bueno por vos, si por doquiera te miro.


¡¿Quién hace apuestas por el caballo más flaco y desnutrido?! ¡¿Quién levanta al borracho de nadie en medio de la calle solitaria, aburrida?! ¿¡Quién podría hacer la magia de un moribundo retornar a la vida?! Vaya pues, siquiera, y en tiempos olímpicos, ¿quién podría decir que el traspatio de los gringo gana diez medallas de oro? Y mira que vos lo hiciste sin ambición y con expectativa.

Me acuerdo bien de ese día, no te creas que lo olvidé. Jamás olvido (para bien o para mal). Sé quiénes me estuvieron y quiénes me dejaron. A cada cual le tendrá su bien o su mal reservado, quién lo sabe y qué importa. Pero vos con esa facha de ama de casa que quiere probar algo más, con tus malas intenciones y tus buenas propuestas, ¿quién no se iba a enamorar de ti? Si desde aquella pasada mujer, enero dos mil - veintidós mayor que yo- ninguna me había despertado tanto la concupiscencia.

Todavía me acuerdo cuando te platicaba de “Ella” y su mala forma de vivir el amor y tú sonreías y decías que nada de eso era cierto. Y yo juraba y perjuraba que sí, que no lo había inventado. Me dijiste que la vida es aquí, ahora, justo en ese instante eterno que es el clímax. Sólo hasta mucho tiempo después lo descubrí en tu piel, en tu voz, en la mirada que, bendito Dios, en nada se parece a “Ella”. ¿Te acordás cuando nos reíamos de Ella y sus migajas de amor tiradas como al azar? Sólo hasta ti comprendí qué vos eras lo que buscaba.

¿Quién me lo iba a decir? Todas las apuestas en contra (incluyendo la mía), todas las tardes sin nubes, todas las mañanas sin sol, todas las noches sin luna, todas las casas vacías, todo tan nada, y , la vida entera para caer tan hondo, ¿a quién le iba a importar? Redimirme, sin siquiera para romper a carcajear.

Pero ¿quién me diría? Que después de tantos y tantos intentos tuyos, de tantos y tantos miedos míos, renegaciones mías, iras mías. De tanto y tanto buscarla -a la Ella- y buscarte (porque vos lo sos). De tanto confundirle el nombre (a la pobrecita) con el tuyo (tan rico), de tantas borracheras que terminaban en llanto con su nombre, y tu paciencia que se derrengaba en sabiduría, siguieras insistiendo en que sí, que “el amor no es posible, es seguro”? Quién me iba a decir que tú y sólo tú has sabido levantarme de mí, a pesar de mí; que has sabido creer en lo que nadie creyó, que has hecho esto que nadie hizo, quién, quién, ¿quién me lo iba a decir?

Tú que no cobras y sigues siendo libre, tú que no profesas y sigues siendo una profesional hablando de Dios; tú que no prometes, pero me cumples; tú que eres sencilla como la vida, compleja como tu contradicción; tú que sos la única que quiero, la que más deseo, la que necesito a la que le soy fiel, leal, por quien vivo y por quien miro pero tampoco a diario veo.

Tú, ¿quién te tenía tan presa? Tú que juegas ajedrez, que practicas el sarcasmo, tú que no he publicado, quien todos me dicen que no es, pero sho sé que es, que escucha conmigo a Sabina, que baila, que ironiza y adivina. Tú, que me esperas y te ríes de las que no son vos. ¿Quién si no vos? Cómo no decir que TE AMO? A ti, este escrito, a ti, por lo que me reste. A ti. Para vos. A quien amo, Mi Mujer.

Vale pues. Salud y que la vida sea El Amor. La Felicidad. Así, sin problemas, con diálogo, sin orgullos, con miradas, sin dobles intenciones.

Ulises, que ya se lo debía a “Ella”, a la de la paella y el flan napolitano”, a “La vida” que endulzó la vida.



sábado, agosto 16, 2008

Aniversario


“..porque el amor cuando no muere mata
Porque amores que matan NUNCA mueren…”


Creyó que se le había terminado la inspiración. Como si fuera cierto que la inspiración se contiene en una botella, se bebió todas hasta la última gota; y cuando al final no quedaba nada, con lo poco que tenía de sobriedad, cerró el cuaderno negro, tiró el bolígrafo de tinta blanca y se dijo: “ni una vez más”

Creyó que eso sería todo: se afeitó las ganas de salir a buscarla, le dio dos tiros de gracia a la nostalgia (no fuera que reviviera cualquier día) y tiró a la basura los cachitos de las fotografías dedicadas que rompió. Borró cada archivo y cada canción que le inyectara un poco de pasado. Así fue.

Creyó que mudarse de ciudad, respirar nuevos aires, oler otros perfumes, amanecer en otra cama que no fuera la que le suspiraba, iba a ser suficiente. En el colmo del cinismo, vio otros atardeceres, suspiró por otros besos y, en pocas palabras, se reinventó. Así fue.

Creyó que dedicar mañanas y tardes, noches y madrugadas a sus nuevos propósitos, cantar canciones alegres y no nombrarla era suficiente. Se enamoró y desenamoró de quince mujeres más. Alguna vez, pasando por la ciudad de sus tragedias, sonó, como por casualidad, aquella canción que era un tácito acuerdo de no olvidarse. Apagó, de un sólo golpe el estéreo y se puso a tararear el himno a la alegría. Así fue.

Creyó que besar otros labios, abrazar otros ideales, sentir otras manos era suficiente. Bebió café en otros mundos, se perdió en noches insalvables donde se hablaba de todo y de nada, mientras él defendía la soltería como el más grande mérito de un hombre. En su nueva vida, organizada hasta la saciedad, todo era un minuto a minuto, desde el desayuno hasta dormirse a la misma hora. En esa monotonía se sentía feliz, tranquilo, pacíficamente a salvo, como si hubiera regresado del naufragio más grande de la vida, como si ahora todo tuviera que ser pasivamente hermoso, sin sobresaltos, sin pasiones, sin emociones, con rutina que sabía a tranquilidad. Así fue.

Creyó que escondiéndose entre libros y política, entre economía y programación, entre la misoginia y el debate, iba a poder huir de su pasado, tortuosamente maravilloso, malditamente hermoso, si hay que decirlo

Pero los fantasmas corren rápido y pasado no es olvido. Así lo sorprendió el canto de las aves la mañana del dieciséis de agosto. Con la resaca en todas partes pasó saliva pesadamente. A ojos cerrados tentó el buró para encontrar la cajetilla y encendió el primero del día mientras localizaba el control remoto del estéreo que le dio el “buenos días” con Sabina y su voz rasposa del “no, no puedo enamorarme de ti”. Al voltear vio a la mujer de la noche anterior, durmiendo tranquila, sin querer despertar y acurrucándose a su lado. Se levantó sin hacer ruido cuando ya Serrat le taladraba las encías con “aquellas pequeñas cosas” y entonces abrió los ojos. Se miró al espejo. Diez kilos más, encontró la tercera cana que, esta vez, le metió un gancho al hígado. Descubrió nuevas arrugas, la barba crecida, la mirada más triste que nunca y sólo entonces atinó a preguntar: “¡¿qué chingados me pasa?!”

Los fantasmas corren rápido. Pasado no es olvido. “Hay muertos que no hacen ruido, llorona, y es más grande su penar”. Repitió los tres enunciados como si tuviera un viejo karma qué pagar e instantáneamente le dijo a la mujer (de cuyo nombre no se acordaba, por más que lo intentó) “adiós”. Sólo entonces supo que todo lo que había hecho hasta la fecha no servía para nada.

Ni los atardeceres, ni la vida organizada, ni la política ni el discurso comunista, ni la misoginia ni el despotismo, ni las otras pieles ni las otras luces, ni el canto de las aves ni las noches insalvables, ni la música alegre, ni los amigos, nada de eso servía. Era dieciséis de agosto, “fecha para recordar”, se dijo. Así fue que regresó a ser el que había sido, a extrañarla a Ella que, seguramente, estaba mejor que con él.

Creyó todo eso durante esos ocho años, pero creer es no saber. Los fantasmas corren rápido. Pasado no es olvido. Tiró dos que tres lágrimas en ese día, vivió para el recuerdo y nada más importó. Regresó a la música triste, a la nostalgia –que había revivido con todo y sus dos tiros de gracia, abrió el cuaderno negro, salió a buscar un lapicero de tinta blanca para escribir, simple, tranquila, sencillamente. Te Recuerdo. Así fue.