sábado, diciembre 31, 2005

Última Función

"Yo soy Garrik ... cambiadme la receta."
Juan de Dioz Peza
"Reir Llorando"

A La Fernanda, ojalá lo lea...

Aquella mañana despertó más temprano que otros días. Sería acaso que deseaba estar preparada con antelación y no permitiría que el futuro, ese insano jodedor de proyectos, le hiciera la consabida trampa. Aquella mañana desayunó casi con fiereza, con una frugalidad impersonal pero bien asentada. Mientras el café, tuvo a bien poner uno de aquellos viejos discos empolvados por el tiempo y el olvido. Luego, más prudente, fue como por descuido al arreglo personal, a solucionar dos o tres conflictos menores de su ya de por sí contradictorio transitar por el mundo y asumió al bostezo como la señal exacta para comenzar el ritual.

El ritual. El ritual. No le llevaría en total más de media hora, tal vez una, quizá dos... pero qué importaban dos horas en un día así. De cualquier manera sonrió, sólo para convencerse de que todo iba a estar bien. De esta, y no de otra forma, tomó asiento frente al espejo mientras ya el "primera llamada" estaba de la mano de la voz en off.

Se miró con curiosidad, con esmero, casi con precaución. Hacía tanto que no se observaba cuidadosamente que le costó creer que la mirada hubiese cambiado tanto, que las arrugas fueran un tropel de noticias y que hasta la sonrisa hubiera perdido su atávico candor. Tuvo a bien derramar una o dos lágrimas que, presurosa, limpió con el pañuelo antes de comenzar con El Ritual.

Estoicamente desempaquetó los recipientes: pequeños contenedores de maquillaje que otrora le habían granjeado el aplauso del respetable. Ahora, como tanto ha, inició la labor, tal vez con miedo de no recordar exactamente el proceso. La tranquilidad tocó a su puerta mientras la engolada voz anunciaba el "segunda llamada, segunda" y toda ella fue concentración y arrogancia mientras delineaba y empolvaba, ocultando líneas inconvenientes, resaltando características indisolubles, retráctiles, lógicas, fatídicas... perfectas.

Demoró en la combinación de colores y, con un dejo de indiferencia, aderezó el rostro con las más variadas y colapsadas vetas. Se dió el tiempo para tararear alguna canción que le diera la oportunidad de no perderse en el personaje que estaba creando: una ficción tan real que sólo un mal escritor podría inventarla.

Poco a poco, mientras el tango se deshojaba en sus labios, su rostro fue cediendo paso al personaje. El resultado final le satisfizo hasta el delirio y rebosó la copa de optimismo. Hizo dos o tres muecas para garantizar que el maquillaje estuviera perfectamente en su lugar (no fuera que alguna sorpresa de último momento, un movimiento escénico, le hicieran perder la sobriedad)

Suspiró. Se contempló ante el espejo en esa metamorfosis detrás de la cual nadie podría adivinarle. Sonrió -no supe si triste o alegremente- y, mientras la voz del presentador conminaba al silencio y profetizaba la "tercera llamada, comenzamos..." carraspeó un poco, cerró un momento los ojos y después, sin querer atisbar quién era ella detrás de la máscara, se incorporó lenta, pausada, serenamente a representar una función más, la última tal vez...

El U, que a veces hace las veces de espejo.

Vale pues. Salud y recordad que "the show must go on"

lunes, diciembre 05, 2005

Final de encierro

Para el del futuro, ojalá lo lea antes que lo alcance.

Dicen que el fulano se metió sin querer, pero queriendo, en cárcel de muslos y vida panegírico con rimas cursis. Dicen que rondaba desde los primeros días con la paciencia al límite, que sólo sonreía por una de esas cantaletas que llamaba diplomacia. Dicen que se encerraba largas tardes a no hacer nada que no fuera beber café cargado, leer libros viejos o recordar tiempos mejores. Eso dicen.

Dicen que nada de eso atraía sus escritos y, por tanto, dejó de escribir. Dicen que nada de todo eso inspiraba sus rimas y por eso dejó de versar. Dicen que rumiaba su vetusto odio sin decir nada. Dicen que por satisfacer tantas y tantas expectativas de sus más queridos diáconos y lacayuelos, dejó de hacer lo que a él tanto le gustaba. Eso dicen.

Dicen que eran más los bostezos que las sonrisas; que eran más las caras de melancolía que las felices; que eran menos sus suspiros de destino que los momentos tristes. Eso dicen.

También dicen que cada dos por tres soñaba soñar con lanzarse al mundo, por salirse a la vida, por correr hacia la nada, otra vez, como desde siempre, como hasta nunca. Dicen que ya demoraba las tardes contando los segundos para que llegase la noche, que no dormía viendo la luna y en una de esas, hay quien llegó a asegurar que su recuerdo más tiernamente doloroso, ya no hacía eco por su piel.

Dicen, por supuesto, y ya se sabe que el rumor es el oficio del ocio, que no se indignaba, que pululaba por ahí sin emociones, que todo él se había corrompido a tal grado que lo único que hacía era denostar su vida pasada. Ni las canciones tristes le impulsaban al llanto, ni los cortejos de nuevos amores le impulsaban al encuentro. Que ya no bebía, que casi no fumaba y que a las musas no convocaba. Eso dicen.


Pero todo cambió. Así lo quiso desde ayer y para siempre. Desde sus dos últimas neuronas rebeldes, desde sus cansados huesos y sus últimos escaños de dignidad, un día decidió que estaba hasta la madre de satisfacer expectativas de todos, de vivir para todos, de sonreír con disimulo y galantería, de ser el que estaba, pero no sería. Dicen que se cansó de emputecerse y hacer de su vida un ovillo que fuera comparsa de alguna de cuyo nombre jamás se acordaría después.

Asi que ese día, con las ganas afiladas, con la música en lontananza, empezó a caminar, otra vez, como siempre. Buscando a la que no existía. Sabiendo que sólo la búsqueda era su anhelado tesoro. Dicen que se salió con la maleta gris, con su mirada estrellada y sin estrellas, sin pasado y sin futuro, con el único horizonte del día de mañana. Dicen que fue después de la última golpiza de aquellos dos adolescentes asaltantes que le hicieron añicos la esperanza del futuro.

Eso dicen... pero no me creas, lo más probable es que se encuentre vegetando ahora, entre libros y charlas de café, entre hijos, esposa, y un trabajo solvente o estable. Con el patrimonio perfectamente enaltecido, cuanto más derrumbado por sus utopías. No me hagas caso, sólo soy cronista de fulanos divertidos con la mirada perdida en la ventanilla del colectivo.

Vale pues. Salud y que el futuro alcance para alcanzar los sueños más soñados y las pesadillas menos pesadas.

U.