viernes, marzo 16, 2007

Motivos Particulares

Para los marinos sin más rumbo que un veintiocho de octubre. Perdón por la tardanza.
La madrugada les sorprendió haciendo planes y misterios para el tan mentado día. Las cuatro cajetillas de cigarros se habían evaporado sin precipitaciones pero sin el menor resabio de dolor. En realidad quedaban pocas cosas por decir. Sin embargo permanecían en el café velando armas, mejor dicho, velando letras, y es que el dormir a las cuatro y media de la mañana para levantarse a las seis equivalía a perder el autobús y alterar el plan irremisiblemente.

La adrenalina, la ansiedad y los diferentes sueños acariciados con antelación les hacían beber largos sorbos de las tres tazas. Cada uno tenía sus motivos –secretos por no decir particulares- que les hacían anhelar ese día más que ningún otro del año. Más aún que la navidad o el cumpleaños, más que el resultado del examen, mucho más que el día de alta del hospital tras haber estado encerrado dos meses en él, así esperaban ese día.

Tres meses atrás habían comprado los pasaportes a –lo que ellos llamaban- La Felicidad. Imaginaron, planearon, hicieron proyectos, logística, tomaron en cuenta hasta los menores detalles e imponderables. Todo para ese día.

El mesero les trajo la cuenta, y sin mucha prisa saldaron la deuda. Salieron al buenos días pensando cada cuál en sus motivos particulares, secretos, silenciosos para estar el veintiocho del diez en La Catedral de los Sueños.

Uno de ellos aspiró la penúltima fumada mientras se arreglaba los lentes y tejía una sonrisa que fue casi sincera. Se pensaba despertando a un domingo pleno de sol, abrazando su no futuro con su no esposa a la que no había presentado a nadie que no fueran los dos mudos testigos de su atentado contra la moralidad, el deber y las buenas costumbres. ¿Qué diría su compromiso “oficial” si supiera que aquella noche iba a estar acompañado de alguna que teñía el otoño entre el cabello? ¿Qué dirían su padre, madre y hermana si tuvieran noción que ese cuerpo de guitarra le convertía las noches de fuga y los días de insalvable complot en un resquicio para vivir? Y es que él, el primero, fastidiado de la cotidianidad, (¿a su edad?), había encontrado a su no futuro en uno de esos almacenes de ropa y -después de las presentaciones de rigor- terminaron enmudecidos y cómplices de la noche, con los ojos satisfechos, brillando de tanto no amor en una no casa con un noséquépasará mañana, con un nopuedoenamorarme de vos. Así que, después de entrecerrar los ojos y bostezar larga y suavemente, volvió a sonreír para sí mismo.

El segundo suspiró y su suspiro fue inmediatamente atajado por el pensamiento de la piel suave, tersa, que casi nunca había acariciado con dolo, de la que extraña vez había hecho usufructo. Pensó en el “después de” que siempre es aterrador. Imaginó el silencio y el cansancio, las miradas y sus respectivos mensajes velados. Amenazó al cielo con un “por favor” en silencio y puso como pretexto que la madrugada estaba linda, que las estrellas brillaban más que nunca y se asumió cursi. Siguió recordando los ojos verdes, la mirada que Ella –su Ella- nunca desviaba de él; evocó las veces que hizo en la imaginación un retrato de “Ella” –su Ella- y cómo, de qué manera tan casual, por fin, ahora sí, la tendría todo el fin de semana para inventarle el amor. Se le ocurrían detalles a granel: los pétalos de rosa por toda la habitación, la música suave y la media luz, el tequiero y la mirada que serían el prólogo para ésa, la primera vez que él tuviera el valor y el coraje de ser él (porque aunque en su mente sonara redundante, lo cierto es que tenía que aceptar que él no sabía ser él antes de Ella –su Ella) Carraspeó un poco, enfundó las manos en los bolsillos, buceó por ellos; el tintineo de las llaves le recordó que no habían reservado hotel. “¿Y ya sabes dónde nos vamos a quedar?” le preguntó al tercero, que venía con la mirada fija en el piso, sumido en sus propios motivos –particulares, casi secretos.

“En realidad hay tantos hoteles que sería mejor pensar en dónde no nos vamos a quedar” respondió aquel, para después agregar: “con tal de que al peje no se le ocurra hacer plantón en cada hotel, la cosa está solucionada.” La respuesta, más automatizada que pensada, lo sacó de sus cavilaciones, que si bien no eran profundas (jamás lo habían sido) sí eran una manera de vivir realidades alternativas.

Él, el último, pensaba en su regreso a la capital del placentero dolor. Recordó cuántos lunes a las seis de la mañana, más con sueño y con fastidio, que con alegría y optimismo, se había sentado en esas escalinatas a esperar el transporte que le llevaba a su trabajo. Esta vez era diferente. Mentalmente se repitió: “nunca digas nunca” en franca alusión a su explícita declaración de no regresar a esa ciudad ni muerto. Sopesó las ventajas de estar ahí y no encontró una sola. Se puso la trampa de ver el sueño –por fin- realizado, pero luego la descartó por ser una franca mentira. En realidad, en la balanza de los pros y los contras, nada pesaba tanto como para volver a su pasado. Volver a caminar por esas calles llenas de esmog y ruido, abrazar la desesperanza en la “Ciudad de la Esperanza” o sentirse tan vecindad en la “Ciudad de los Palacios” era motivo para rumiar desacuerdos. “La Ciudad de los Palacios” repitió mentalmente y algo parecido a una risa nació en él, “qué ironía, ¿no?” se dijo con ese sarcasmo que ya le era consustancial. “Nadie olvida, nunca… sólo se soslaya” dijo en voz baja, casi inaudible y supo que, inevitablemente, había llegado la hora de desempolvar el cajón de los recuerdos. La avalancha de los momentos idos le estaba aguardando en el instante siguiente que pusiera un pie en “la ciudad más transparente del mundo.” Ahí estarían sus fantasmas: la beca IMCINE, la argentina, la voz de niña, la signo Tauro y otras dos. Así, sin más paciencia pateó una piedra y se frotó los ojos para salir de una vez por todas de sus recuerdos.

“Vale, dejen de pensar bobadas, hay que hacer maletas”, les dijo a los otros dos, que aceptaron con un sí que sabía a proyectos, a planes, a motivos secretos o –habría que decir-particulares…

Vale pues. Salud y recordad que “no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió”

El U, inventando historias medianoche a las puertas del cielo.

Puebla. Jueves 2 de noviembre, 2006