lunes, agosto 16, 2010

Miércoles

"Toma mi mano,
toma estos cinco hilos del desierto
y enlázate con ellos el amor
donde te arena el llanto"
 Eduardo Mazo (poeta argentino)

Esa mañana de miércoles, Diego se levantó menos pesimista que de costumbre.  Hacía poco tiempo que el hospital le había expulsado por falta de méritos y si acaso el collarín, que todavía le recordaba su paso por aquellas camas sin triunfos, era un vestigio, una molesta memoria de que algo faltaba para merecer la palabra "Vida" (así, con mayúsculas), las demás caras del poliedro de su cotidiano deambular parecían luminosas: un trabajo -el primero- con retos y proyectos; una familia recién cercenada pero medianamente tranquila, la seguridad del último paso a medio piso...y el recuerdo de la niña de los lentes, la universitaria "puro-diez" que no pudo ser por pura soberbia. Todo -o casi todo- marchaba sin "sobresaltos"...

Así que él, que para eso del "arriba y adelante" se pintaba solo, tuvo a bien escuchar las noticias y la música sin el humor tamaño pesadumbre, con las huestes del optimismo bien enfiladas a la oficina y cuando abordó el taxi, le dio los buenos días al "Gallo" (conductor avieso, si los hay), con una sonrisa total.  Luego la oficina: como en una de esas tareas de línea de producción, encendió la quackintosh -como él la llamaba, se sirvió el primer café del día, y le dio la bienvenida al nuevo sol, en un ritual secreto que sólo él y Dios entendían.

No es que Diego fuera muy religioso, es que sabía -bien que sabía- que Él (quien quiera que fuese) le había dado el pase para gol y así vencer a La Flaca a menos de dos minutos del pitazo final.  Por eso tenían un diálogo matutino, con la escena cursi y bucólica de los pajarillos amaneciendo a los gritos, es decir, a los cantos, con el sol asomándose, bostezo de por medio.  Desde el segundo piso de la oficina-cadalso, la vida parecía buena, casi podría decirse feliz.  Sería por eso que Diego se atrevió y le dio un largo sorbo al café.

Suspiró una, dos, tres veces.  Fue directo a la mac y revisó tranquila, pausada, certeramente, las tareas por cumplir: el rediseño del portal educativo, las cuatro juntas que le provocaron un mohín de fastidio y la orientación a usuarios, que le hacía sentirse un poco menos parásito dentro de La Organización.  Se impuso otro trago al café.

Con singular apego a la rutina (hombre predecible, habría que ver),abrió el correo y el primer escalofrío injertado en sonrisa le recorrió de arriba a abajo cuando descubrió, entre toda la publicidad, entre todos los requerimientos y recomendaciones, las seis letras del nombre, el apellido de siete y, sin saber por qué, respiró profundo, para estallar en una carcajada, una de las más sinceras -quizá- que había tenido y quien sabe, que tendría.

Diego, el de las nueve con diez de la mañana de ese miércoles, era realmente otro, tenía la mirada encendida de impaciencia, de esperanza (si es que no son la misma cosa). Así que se preparó otro café, y sonriendo, con la vista fija en ningún lado, lo bebió lentamente.  Regresó a su lugar y, con la misma calma absurda, casi desesperante, revisó uno a uno los correos, casi regodeándose en el masoquismo de postergar, para el final, el nombre seis letras.

Y como no hay fecha que no se llegue ni plazo que no se cumpla,a las nueve treinta y cuatro de ese miércoles dieciseis de agosto, descubrió que ella amaba a Benedetti, que tenía cuatro, cinco y a veces hasta seis puntos suspensivos; que necesitaba hablar -o escribir, vaya usté a saber- tanto como él; que redactaba fluido y  con dos o tres faltas de ortografía, que era unigénita -también?, no, qué cosa!, que Cortazar y el Bestiario, que Gabo le había firmado uno de sus libros, que era perfeccionista y no fumaba ni tomaba, que podía ver tres películas de cine de arte al hilo, que era una Gandhi-holic y procuraba mantenerse alejada de las librerías en quincena.

Hilvanaba sonrisa tras sonrisa, suspiro tras supiro (por cursi que parezca). ¿Cómo? -se preguntó ¿cómo es que todas esas letras etán atrapadas en un solo nombre?. Repaso una y otra y otra vez, las letras: bit a bit, byte a byte, los juegos de palabras, el sarcasmo apenas disimulado, la fascinación por el fondue de chocolate de Los Danzantes, el tanto y de tantas maneras, los besos nocturnos y desvelados, la compatibilidad que los astros jamás quisieron, en fin...

Cuando terminó de leer, supo que ese miércoles le iba a marcar un antes y un después.  Quién sabe, tal vez terminarían sin haber comenzado, quizá con el paso del tiempo, se olvidarían el uno del otro... o tal vez no. Probablemente, diez años después, él escribiría que ese miércoles fue el más original, el de la casualidad (o azar? preguntaba Ella), el del Destino (si es que eso existe), tal vez, diez años después, él, desde el recuerdo, le escribiría una carta sin remitente ni destinatario, "Para Bien o Para Mal" ...

Vale pues. Salud y que el Alzheimer no toque a las puertas del corazón.
 
U.

miércoles, agosto 04, 2010

Trapo

Caído después de perder la irreductibilidad casi testaruda que siempre le caracterizó. Así se desparrama, sobre el teclado infame, fiel amigo, compañero y cómplice creativo, tras haber definido su estado como unido a alguien en un relación, que hace dos o tres días, le resultaba imposible y era un “nunca más”.

Ceguera temporal o apendejamiento virtual, suma de las dos o tal vez ninguna. Así la toma de la mano, para recorrer brechas imaginarias (irreales diría alguna), aferrándose a una mariposa, que ni siquiera puede ni sabe volar.

Clama ilusión temporal, optimismo excedido y por un segundo, anuncia que hay confianza y creencia, querencia y entrega.

No, yo tampoco lo creo, pero así está sucediendo y así se lee, escrito, remarcado y subrayado en muros, paredes y ventanas.

El Muñequito ya no es un muñequituserectus y sin más ni más, tras ese acto, se rompió la espina dorsal de su congruencia y se desvaneció reduciéndose a un… Muñequito de Trapo.

Tranquilos todos, no es señal apocalíptica, porque todavía recuerdo, que él decía aquello de “todos los finales…”.

Condechita sonriendo de lado y pensando… “¿no que no?”.