“… si alguna vez fui sabio en amores
Lo aprendí de tus labios cantores…”
(J.M. Serrat “Lucía”)
Lo aprendí de tus labios cantores…”
(J.M. Serrat “Lucía”)
“Para Pilar, por lo que fue, por lo que es, por lo que será”
Cómo empezar a escribirte, tan lejana y tan a mi lado. Cómo decirte todas las buenas cosas que me has inventado. Cómo escribirte sin tener el atento del suspiro. Ahora, a este exilio al que me he dedicado, cómo poder definir lo que hay de bueno por vos, si por doquiera te miro.
¡¿Quién hace apuestas por el caballo más flaco y desnutrido?! ¡¿Quién levanta al borracho de nadie en medio de la calle solitaria, aburrida?! ¿¡Quién podría hacer la magia de un moribundo retornar a la vida?! Vaya pues, siquiera, y en tiempos olímpicos, ¿quién podría decir que el traspatio de los gringo gana diez medallas de oro? Y mira que vos lo hiciste sin ambición y con expectativa.
Me acuerdo bien de ese día, no te creas que lo olvidé. Jamás olvido (para bien o para mal). Sé quiénes me estuvieron y quiénes me dejaron. A cada cual le tendrá su bien o su mal reservado, quién lo sabe y qué importa. Pero vos con esa facha de ama de casa que quiere probar algo más, con tus malas intenciones y tus buenas propuestas, ¿quién no se iba a enamorar de ti? Si desde aquella pasada mujer, enero dos mil - veintidós mayor que yo- ninguna me había despertado tanto la concupiscencia.
Todavía me acuerdo cuando te platicaba de “Ella” y su mala forma de vivir el amor y tú sonreías y decías que nada de eso era cierto. Y yo juraba y perjuraba que sí, que no lo había inventado. Me dijiste que la vida es aquí, ahora, justo en ese instante eterno que es el clímax. Sólo hasta mucho tiempo después lo descubrí en tu piel, en tu voz, en la mirada que, bendito Dios, en nada se parece a “Ella”. ¿Te acordás cuando nos reíamos de Ella y sus migajas de amor tiradas como al azar? Sólo hasta ti comprendí qué vos eras lo que buscaba.
¿Quién me lo iba a decir? Todas las apuestas en contra (incluyendo la mía), todas las tardes sin nubes, todas las mañanas sin sol, todas las noches sin luna, todas las casas vacías, todo tan nada, y , la vida entera para caer tan hondo, ¿a quién le iba a importar? Redimirme, sin siquiera para romper a carcajear.
Pero ¿quién me diría? Que después de tantos y tantos intentos tuyos, de tantos y tantos miedos míos, renegaciones mías, iras mías. De tanto y tanto buscarla -a la Ella- y buscarte (porque vos lo sos). De tanto confundirle el nombre (a la pobrecita) con el tuyo (tan rico), de tantas borracheras que terminaban en llanto con su nombre, y tu paciencia que se derrengaba en sabiduría, siguieras insistiendo en que sí, que “el amor no es posible, es seguro”? Quién me iba a decir que tú y sólo tú has sabido levantarme de mí, a pesar de mí; que has sabido creer en lo que nadie creyó, que has hecho esto que nadie hizo, quién, quién, ¿quién me lo iba a decir?
Tú que no cobras y sigues siendo libre, tú que no profesas y sigues siendo una profesional hablando de Dios; tú que no prometes, pero me cumples; tú que eres sencilla como la vida, compleja como tu contradicción; tú que sos la única que quiero, la que más deseo, la que necesito a la que le soy fiel, leal, por quien vivo y por quien miro pero tampoco a diario veo.
Tú, ¿quién te tenía tan presa? Tú que juegas ajedrez, que practicas el sarcasmo, tú que no he publicado, quien todos me dicen que no es, pero sho sé que es, que escucha conmigo a Sabina, que baila, que ironiza y adivina. Tú, que me esperas y te ríes de las que no son vos. ¿Quién si no vos? Cómo no decir que TE AMO? A ti, este escrito, a ti, por lo que me reste. A ti. Para vos. A quien amo, Mi Mujer.
Vale pues. Salud y que la vida sea El Amor. La Felicidad. Así, sin problemas, con diálogo, sin orgullos, con miradas, sin dobles intenciones.
Ulises, que ya se lo debía a “Ella”, a la de la paella y el flan napolitano”, a “La vida” que endulzó la vida.
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