lunes, enero 25, 2010

Teoría y Práctica

"Darse no tiene sentido más que si uno se posee"
(Albert Camus)

Para ti, aunque lo dudes...

Maravilloso. Así describió el encuentro que el azar le ofrecía en aquel instante. A la medianoche del enero más insomne del que tuviera memoria, volvió a escribir. No por su propio bien, no por terapia de recuperación, no por encargo. Escribía porque la imagen de ella, sin pedirlo, lo exigía. Suspiró profundo, como hace mucho no acostumbraba y el suspiro le alcanzó para cerrar los ojos y reptar por el recuerdo. Enumeró los días, meses, años que habían transcurrido sin emociones. Aunque es preciso decir que cuando la Felicidad toca a la puerta, es mejor haber tirado los recuerdos amargos a la basura.

Entre café y cigarro, la predijo seria, frunciendo el ceño y diciendo con voz de niña tierna: “promételo!”. También la anticipó en las tardes de lectura, mientras la copa de vino y durmiendo. No pudo menos que sonreír y algo más profundo que un beso posfechado iluminó la habitación. “Veinte” –se repitió- abriendo por completo los ojos y volviendo a sonreír. ¿Cómo era posible que tuviera que transcurrir tanto tiempo para decir algo tan simple como “has trascendido en mi vida”?.
Claro que era lo más irracional del mundo. Por supuesto que carecía de lógica. No existía un solo proceso analítico que sustentara tal barbaridad. Pero tampoco le importaba. Mientras tuviera de su lado a Serrat elocuente “es caprichoso el azar”, a Silvio justificante “quiero que me perdonen por este día los muertos de mi felicidad” o a Benedetti interrogativo de “quién hubiera creído que se hallaba sola en el aire, oculta, tu mirada”, podía dejar de lado cualquier abstracto como la libertad, la paz mundial o la lucha de clases… aunque sólo fuera por esa noche
Podía, entonces sí, dedicarse a profetizarla –al menos en teoría- a imaginarla de todas las maneras posibles: feliz jugando a ser mujer, suspirando mientras la mirada se perdía en la monotonía, leyendo las más recientes incoherencias que él escribía, sonriendo al descubrirse entre los renglones y las letras, inexplicablemente eufórica porque tenían un secreto mutuo que reinventaban cada que la luna los encontraba solos en su parcela de vida
Se preguntó cómo sería el sabor de sus labios, qué sensaciones nuevas podría descubrir si entrelazaban los dedos y su mirada, ¿cuántas preguntas podría resolver? Y aunque probablemente esa idealización de ella, Ella o ELLA, no tenía perspectiva ni futuro, no contaba con certezas ni compromisos, ¿qué más daba? ¿Acaso el amor no es eso? Una espera, una esperanza; en todo caso: la realización de lo imposible, el final del arcoíris, el olvido del olvido.
Así fue que, a esa hora del enero más insomne del que tuviera memoria, apagó el cigarrillo, le dio un sorbo largo al café, suspiró –o bostezó, quién puede saberlo?- y la teoría dio paso a la práctica. Preparó la maleta y salió a encontrarla. Sabía que existía.
Vale pues. Salud y que no tengan que transcurrir 20 días, 20 meses o 20 años para decir lo obvio.
U.

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