viernes, julio 23, 2010

Plastilina

Solo casi solitario, él y su lucha, él y sus recuerdos, él y sus anhelos, él y ese pesimismo pragmático que le confirmaba la teoría: Ella no existe.

A pesar de las premisas y los resultados negativos, haciendo a un lado paradigmas, se aventuró, por la calle de la ilusión, esquina con Reforma y la vislumbró a lo lejos, parada en un camellón, esperando el siga y posando mientras esto sucedía.

Tomó el molde, cuerpo de proporciones antojables y la frente un poco más alta que otras, y se la llevó a un café. Con el molde entre sus manos, estrechó un poco más su cintura y le acentuó los senos, le dibujó cabello largo y le agregó un gusto musical ecléctico.

Jugando el molde entre sus manos se atrevió a soñar. La tomó de la mano, y la gente los voltearía a ver, los hombres preguntando cómo le hizo y las mujeres, antojadas de ser llevadas de esa forma. Sería el adorno perfecto en reuniones, su copiloto en el deportivo de la vida, agregándole estética al sendero de lucha.

Aferrado a su mano e incluso más al sueño, la condimentó con una cierta dulzura, casi empalagosa. La salpicó de caprichos un tanto banales que antes de molestar, podrían producirle sonrisas. La adornó de aristocracia y la llamó princesa. La realeza a su lado, no le vendría mal al entrar a la charcutería o al palacio (de hierro).

El molde logró empatar perfectamente sus manos (las de él) con las de ella. Entonces (él) se atrevió a seguir soñando, le escribió más de dos renglones y el molde comenzó a escribir en respuesta, casi como dos que adornan un muro cibernético, que irónicamente parece real.
Cada vez que la lee, (él) se permite soñar y se imagina que esta vez sí, que esta vez será. Con Sabina mordiéndole la oreja, y advirtiendo que tal vez tendría la falda muy corta, que tal vez su frente estaría muy alta, lo ignoró y le agregó el último adorno: la mayúscula.

Cuentan que la llama Ella y que esta vez, esta vez sí será, aún cuando a veces, el olor a plastilina le gruñe recordándole que tal vez, sólo sea un molde.

Condechita con el emepetres de Sabina, que le dice: y sin embargo te quiero.

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