Para mi abogada-contadora favorita, porque "vos y el pecado nacieron juntos"
Y cuando creo justamente estar al borde del abismo de tus labios, resulta que tienes una mejor idea, una mayor perversión. Así, con esa mirada que sólo conocemos ambos, me retas, me invitas, me seduces, te tiendes lentamente, te vas perpetrando en el deseo y me prohíbes tocarte. Vuelvo a sonreír de sólo recordarte aquella nuestra noche, la primera, que tal vez hubiera sido la última de no haberte acariciado con poesía...
Pero es injusto decirte todo esto si ni siquiera he tenido tiempo o paciencia o letras para decirte por qué y para qué necesito tejer tus muslos en el recuerdo. Sé que tuvo que ser viernes, porque cualquier viernes es buena noticia y más si tocan a tu puerta el ocio, la quincena, el pago y el vicio juntos (quiero seguir diciendo tantas cosas y me interrumpe esa maldita manía tuya de interrumpìr, me sorprende esa manera tuya de sorprender, y deletreo tus letras porque apalabro tus palabras.)
Me impacienta tu impaciencia, pero ambos sabemos lo divertido que fue esa mañana cuando carajeabas entre dientes, mientras le exprimías las manecillas al reloj en la parada del autobús. Vuelvo a sonreír cuando repaso cómo me asesinaste con la mirada al acercarme y preguntarte la hora (confieso que fue más con ánimo de joderte el día, de pudrirte un minuto más, de desquiciarte, que por necesidad de conocer en qué minuto caminabas.)
Luego te dije gracias, me arreglé una manga y volví al ataque: “es Carolina Herrera tu perfume?” mientras tu “no” más agrio y desinteresado me acompañaba. Sonreí y no pude más que desenfundar el poco a poco, la relatividad y el espacio, el escape del mundo, la agenda, la calendarización necesaria de tu mirada y tu sonrisa para y por ti.
Quizá fue un acto compasivo de tu parte, tal vez las ganas de jugar el juego, lo único que sé es que luego de tanto y tanto estar al borde del estallamiento, después de tentar a tu paciencia y de provocar tu tolerancia, te arrebaté la primera sonrisa. Y tu voz se hizo dulce, y tus ojos fueron grandes y el sol salía de entre las nubes de ese jodido día con ese jodido clima tan jodidamente terrible. Y fuiste lenta, segura, tranquilamente a suavizar las líneas de tu rostro. Y comenzaste a contarme de tus dos carreras, de tus muchos trabajos y de tu poco tiempo para ti. De tus muchos éxitos y sus secuelas, de tus cero fracasos y sus muchas consecuencias.
Y te miré más linda que nunca, sería porque nunca te había visto. Y comencé a mascullar mis efectos secundarios de esa tarde, justo en el instante previo a que me hicieras el balance de la vida, a que me convencieras de divertirme con ella, de reírme del mundo, de abrir los brazos para, esta vez, por fin, decidida, irreductiblemente, dejar un rato a la sombra la sombra de mi sombra e irme a jugar con tu voz y sus bobadas.
“Nadie hubiera creído que detrás de esa pose de mujer intolerante y odiosa habría alguien con esa capacidad de improvisación”, te dije. “Y nadie hubiera creído que detrás de esa pose de poeta de esquina, filósofo de banqueta, hubiera alguien tan necio y tan miedoso”, -repusiste.
Por eso estoy aquí, en el piso cinco de cualquier lugar, viendo amanecer cerca de tu piel y lejos del mundo, cerca, más cerca que nunca del bien y de vos. Y entonces abres un ojo, con esa mirada, la número veinticuatro, suspirándome y volviendo a reír para hacerme reír, tal vez me besas para que yo escriba: “Y cuando creo justamente estar al borde del abismo de tus labios, resulta que tienes una mejor idea, una mayor perversión, y con esa mirada que sólo conocemos ambos, me retas, me invitas, me seduces, te tiendes lentamente, te vas perpetrando en el deseo y me prohíbes tocarte…” Y sólo atino a decirte "buenos días" y a volverte a mirar.
Pero es injusto decirte todo esto si ni siquiera he tenido tiempo o paciencia o letras para decirte por qué y para qué necesito tejer tus muslos en el recuerdo. Sé que tuvo que ser viernes, porque cualquier viernes es buena noticia y más si tocan a tu puerta el ocio, la quincena, el pago y el vicio juntos (quiero seguir diciendo tantas cosas y me interrumpe esa maldita manía tuya de interrumpìr, me sorprende esa manera tuya de sorprender, y deletreo tus letras porque apalabro tus palabras.)
Me impacienta tu impaciencia, pero ambos sabemos lo divertido que fue esa mañana cuando carajeabas entre dientes, mientras le exprimías las manecillas al reloj en la parada del autobús. Vuelvo a sonreír cuando repaso cómo me asesinaste con la mirada al acercarme y preguntarte la hora (confieso que fue más con ánimo de joderte el día, de pudrirte un minuto más, de desquiciarte, que por necesidad de conocer en qué minuto caminabas.)
Luego te dije gracias, me arreglé una manga y volví al ataque: “es Carolina Herrera tu perfume?” mientras tu “no” más agrio y desinteresado me acompañaba. Sonreí y no pude más que desenfundar el poco a poco, la relatividad y el espacio, el escape del mundo, la agenda, la calendarización necesaria de tu mirada y tu sonrisa para y por ti.
Quizá fue un acto compasivo de tu parte, tal vez las ganas de jugar el juego, lo único que sé es que luego de tanto y tanto estar al borde del estallamiento, después de tentar a tu paciencia y de provocar tu tolerancia, te arrebaté la primera sonrisa. Y tu voz se hizo dulce, y tus ojos fueron grandes y el sol salía de entre las nubes de ese jodido día con ese jodido clima tan jodidamente terrible. Y fuiste lenta, segura, tranquilamente a suavizar las líneas de tu rostro. Y comenzaste a contarme de tus dos carreras, de tus muchos trabajos y de tu poco tiempo para ti. De tus muchos éxitos y sus secuelas, de tus cero fracasos y sus muchas consecuencias.
Y te miré más linda que nunca, sería porque nunca te había visto. Y comencé a mascullar mis efectos secundarios de esa tarde, justo en el instante previo a que me hicieras el balance de la vida, a que me convencieras de divertirme con ella, de reírme del mundo, de abrir los brazos para, esta vez, por fin, decidida, irreductiblemente, dejar un rato a la sombra la sombra de mi sombra e irme a jugar con tu voz y sus bobadas.
“Nadie hubiera creído que detrás de esa pose de mujer intolerante y odiosa habría alguien con esa capacidad de improvisación”, te dije. “Y nadie hubiera creído que detrás de esa pose de poeta de esquina, filósofo de banqueta, hubiera alguien tan necio y tan miedoso”, -repusiste.
Por eso estoy aquí, en el piso cinco de cualquier lugar, viendo amanecer cerca de tu piel y lejos del mundo, cerca, más cerca que nunca del bien y de vos. Y entonces abres un ojo, con esa mirada, la número veinticuatro, suspirándome y volviendo a reír para hacerme reír, tal vez me besas para que yo escriba: “Y cuando creo justamente estar al borde del abismo de tus labios, resulta que tienes una mejor idea, una mayor perversión, y con esa mirada que sólo conocemos ambos, me retas, me invitas, me seduces, te tiendes lentamente, te vas perpetrando en el deseo y me prohíbes tocarte…” Y sólo atino a decirte "buenos días" y a volverte a mirar.
Y nada más importa.
Vale pues. Salud y que la Felicidad os tome por sorpresa en viernes (es un buen día para ser felices, dice El U)
El U, temeroso de tener miedo.
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