martes, septiembre 12, 2006

Autobuses.

"Amor se llama el juego
en el que un par de ciegos
juegan a hacerse daño..."
(Joaquín Sabina, "Amor se llama el juego")


Para la doctora y su des-pareja (el que la estuvo esperando un 12 de septiembre)... con afecto.

Creo que es necesaria la explicación antes del silencio definitivo. Porque aunque tantas veces prometido, no ha sido, ni es, lo determinante, lo decisivo. Pero esta vez sí es, o ha sido, la última. ¿Recuerdas cuántas veces amenacé desaparecerme para siempre? y siempre volvía a tu piel, una semana después, un mes, tal vez, un rostro o un cuerpo diferente, a armonizarte vida entre los labios, o a volver a redimirme entre tus pezones y sus resabios.

Pero este día te necesitaba más que nunca. Sería tal vez por la locura que tenía de tus piernas entre mis manos, de mis manos en tu cintura, tal vez creía que la locura de tu lejanía no pintaba las márgenes de las libretas con tintas de melancolía. No creas que todo era sexo, porque aunque te lo hice creer así, era a punta de besos tiernos, a pasos cortos para humillar lo eterno.

Ya sabes, esta alocada sonrisa, este siempre caminar al borde del camino, este buscar el destino por lo que alucino, me llevó a pensar que me querías tanto para no distanciarte. Y luego los pretextos: la distancia, el tiempo, los compromisos. No voy a decirte que no pensé que lo harías, pero era más fuerte la esperanza de alegría que los malos hechizos. Antes no había pretextos y hacíamos bobadas tan fuertes que amilanaban a los más herejes retos.

Ya sabes, este taller de orfebrería, con todos los moldes de tristeza y lascivia, no me da para más. Ahora que te escucho inventar razones y no sé qué más, sé que la historia imposible se ha consumado. Sé que por mucho que te necesite, no estás ni estarás a mi lado. Que a pesar del aplauso, del ritmo pesado, a raíz del zumbido y del tiempo pasado, no hay que encontrarle la circunferencia al cuadrado.

Ahora a desencadenar los limpios rencores, a desempolvar las frases ya hechas, a juntarme con el Ulises -ese asceta- que me dirá que lo esperaba, y volverá a sonreír, me felicitará por la última conquista, y después, me dirá que te deje ir...

Ahora que no alcanzaste el último autobús de la hora, ahora que no me faltas ni te sobras, ahora en que no mirás la hora, y ahora en que está la hora del aquí y el adiós, te digo y te repito, como en baratas al por mayor, que te agradezco por lo dicho y por lo hecho, que te agredo por lo bendito y lo maltrecho, que te confino a un recuerdo sin ti.

Vale pues. Salud y al menos dos historias más tristes para este doce del nueve, de cualquier año en "... que todas las noches sean noches de boda, que todas las lunas sean lunas de miel..."

Ulises, al que la gripa le da más motivos para sonreír


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