“Si no corres el riesgo, nada
pasará
Si no abres la puerta, nadie
pasará…”
[Torreblanca, “Si”]
Cansado de adquirir el asiento
veintiocho, decidió que esta vez no saldría de Taxqueña y compraría cualquier
otro número para el viaje. Estaba un poco harto de forzar la coincidencia y
buscar con la mirada desesperadamente hacia todas partes. Así que no se hizo
malasangre y todavía se dejó esperar por el taxista de confianza hasta las
milochocientasdiez. “Ni en pedo llegamos
seis cincuenta a la terminal”, bromeó, picándole el orgullo a Toño, el taxista,
que con pinta de dandi provinciano, sonrió y sólo respondió tras la larga
fumada al cigarro: “¿apuestas?”.
Así
iniciaron la corta pero tediosa travesía por la autopista Querétaro-DF que, a
esa hora, en viernes y quincena, estaba ligeramente hasta la madre. Grande fue su sorpresa cuando Antonio, el
taxista-dandi-Cuautitlán, hizo el tiempo récord de veinte minutos: “quihúbole,
mi cabrón!, me merezco la propina o cómo ves?” La carcajada no se hizo esperar
y acordaron que “el siguiente fin yo pongo el six, mi Toño”.
Con
el tiempo suficiente para el camión de seis cincuenta, pero con la nula
esperanza de encontrar boleto para ese horario, se llegó adonde la taquilla y
–elíxir de la “suerte” (sí, la suerte y el hubiera son para los pendejos, nunca
mejor dicho)-tenían “el último, boleto, el treintaynueve”, le dijo el del
expendio. “Nomás falta que me encuentre
a otra lentes hipster”, se dijo entre divertido y resignado por viajar en el
culo del mundo, es decir, del autobús.
Pero
no, esta vez no iba junto a él ninguna fémina. A cambio, su compañero de
asiento fue un señor entrado a los sesenta que, víctima de incontinencia o
seguidillas hizo las ocho visitas al wc del camión con los dolores y olores de
rigor. Quizá por eso su falta de sueño, quizá por eso su carencia de ánimo para
descansar. Tal vez por eso su constante
reporte vía sms a su contraparte en pipopelandia que –dijo- le esperaría en la
terminal.
El
camino, una vez más, inexplicablemente, no tardó las cinco horas de periférico,
aeropuerto, calzada Zaragoza, chalco, etecé. A cambio, las tres horas y media
de recorrido le ofrecieron la certeza que esta noche sería diferente. Es evidente que cuando se fijan las
expectativas en altos estándares, se pueden obtener grandes y agradables
sorpresas o frustraciones igualmente siniestras.
Por
eso, recordó lo aprendido durante sus más recientes conatos de relaciones
fallidas: “tolerancia” (la mujer siempre llega tarde), “paciencia” (con una
mujer requieres el doscientos por ciento), “comunicación” (decir exactamente lo
que se quiere y no lo que se puede interpretar). Así que cuando ella, quien se
suponía tendría que esperarlo en la terminal, arribó veinte minutos tarde, él
explicó –en el tono más paciente, tolerante y mesurado que pudo- que no era
nada cómodo esperar”
Como
quien no quiere la cosa y con la sonrisa divertida del taxista, cómplice de sus
devaneos dialécticos, llegaron a la calle de los barecillos en la Cholula
tantas veces visitada y tan largamente extrañada. Y como la avenida estuviera cerrada por quién
sabe qué motivos mágicos, ellos se decidieron a la caminata. Él se atrevió:
tomó los dedos delgados y largos de ella, los entrelazó y así llegaron al
barecillo donde, aparte de cerveza, vendían cerveza… ah! y además, cerveza.
Con
su nueva tendencia de abstemio decidió que se iba a dedicar a escudriñar a los
asistentes y a escuchar al tan mentado grupo de rock que, por cierto, ni idea
cómo se llamaba. Lo primero que escuchó
fue una serie de ruidos, de estridencias, de frases entrecortadas, inconexas,
de gente festejando y, por si poco no fuera, un horizonte de traseros de
adolescentes bebiendo caguamas y vitoreando al grupo que, finalmente, sabía se
llamaba “Torreblanca”. Los analizó, los
definió: unos hipster Condechi, propuesta musical wanna be y no mucho qué
ofrecer. Aunque claro, por supuesto, también puede ser que ya estoy demasiado
viejo para estos asuntos del antreo y de las noches de farra, aceptó como quien
no quiere la cosa.
Fue
en ese instante, ni antes ni después, que concatenó todas las “casualidades”
que se venían sucediendo desde las dieciocho diez: la vertiginosa carrera de
Toño por la Querétaro, el teintaynueve con el adulto mayor incontinente, la
llegada tarde (ya qué importaba cuánto tiempo) de ella, su estancia en ese
lugar de cerveza más cerveza más cerveza.
Todo coincidía para escuchar esa tonadita pegajosa con palabras más o
menos inteligibles.
Seguramente
por eso no dudó en tomarla de la mano y acercarse lo más posible a los hipster
condechi, evadiendo el horizonte de traseros adolescentes y sujetarla
fuertemente mientras el vocalista no escatimaba esfuerzos para profetizar: “…
cuando sea demasiado tarde te arrepentirás, si no corres el riesgo nada pasará…
si lo dejas al tiempo, se marchitará…”
Sonrió.
Sonrió sinceramente. Hasta podría decirse que se le escapó un suspiro de
comprensión, de aceptación, de solidaridad: “si no corres el riesgo, nada
pasará”, repitió mentalmente. Luego, mientras le dedicaba una mirada a ella,
auguró: debería iniciar los cuentos al revés, dijo con la sonrisa chueca, los
brazos cruzados y las piernas estiradas, como si con esa pose completara la
tarea para la que había sido diseñado ese día; tuvo a bien enumerar para ella
las coincidencias que hicieron posible el encuentro y “la cereza del pastel”:
La Canción.
(A manera de
disculpa, habría que decir que quizá todas estas casualidades –o causalidades-
pasen desapercibidas para alguien con amplias experiencias en lo que a vida se
refiere. Pero hay que tomar en cuenta
que para aquellos seres humanos que han sido robotizados por el trabajo,
cualquier alteración en sus patrones conductuales tan cuadrados y esquemáticos,
la más mínima innovación significa un milagro, un portento, un designio… o algo
igual de barato e insalubre. Por ello, el sólo hecho de poder descubrir una
letra, un conjunto de palabras que encajaban con lo que él buscaba, tuvo un
alto significado para él)
La noche era
fría, demasiado –hasta para la Cholollan de los pipopes noctámbulos. Quizá por
eso les ganó la gana de abrazarse y dejarse abrazar. Tal vez fue que ella, silueta delgada y
frágil buscó en él un breve refugio. Sería por eso que él, recuerdo y
momentáneamente espontáneo, no dudó en buscar el talle fino de ella, el perfume
que recordaba como la primera vez…
La
besó, lo besó o quizá se besaron ambos.
En muchos sentidos y de muchas maneras, ese beso, que no sabía a
alcohol, que no sabía a pasado y sí tenía el dulce sabor de la esperanza recién
estrenada, definió su futuro cercano, su próxima reunión. Quién sabe qué podría
depararles el porvenir, después de tantos años y tantos desencuentros.
El Destino, El Tiempo, El
Universo, La Vida, Las Casualidades o quizá, las decisiones de ambos determinarían
el rumbo de sus risas, sus sonrisas, sus lágrimas o sus suspiros. Aunque
tampoco hubo que esperar mucho tiempo: en sólo dos meses supieron que el
silencio, nuevamente, era la mejor respuesta para las ganas de quitarse las
ganas, para sus contradictorias formas de ser. Y sin embargo, como por una
maldición –o una bendición, quién puede saberlo, siempre tendrían esa canción a
la cual regresar…
Luego,
la vida siguió…
Vale pues. Sabed que todos estamos hechos de historias.
Ulises, recordando y esperando
una que sepa decir: “porFavorCompermisoBuenosDías”… y –si no es mucho pedir-
que sea coherente…
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