martes, junio 28, 2005

Caída Libre


Desde las alturas todo se observa mejor, la distancia permite tener una mejor perspectiva. Así, desde arriba, a punto de poner el punto final a una historia jamás escrita, recapituló. Respiró hondamente, en su encuentro frente a frente con el destino. Al fin le había ganado la batalla, y podía escribir su propia historia.

No fueron los desengaños previos los que los habían llevado a este final. No. Tampoco fueron las promesas rotas ni las obvias diferencias entre ellos. Sería injusto culpar a la distancia, o a la suerte (porque la suerte…), incluso más injusto sería culparla únicamente a ella. Sí, tal vez era sólo que hasta la más bella y perfecta tiene capacidad para tropezar y caer. También podría ser que con el tiempo hasta la más etérea puede ser terrenal.
A unos centímetros y segundos del final le quiso dedicar tiempo a las explicaciones, a las razones, a los recuerdos, y quizá, sólo quizá, a la nostalgia y la tristeza. La nostalgia de saberse sin historia, la tristeza de no querer escribirla. Sintió rabia contra ella, la razón, y contra él, el tiempo. Maldita razón que le hizo saber que ella no era Ella. Maldita razón que venció a la ilusión. Le reclamó un poco al tiempo por susurrarle tantas veces al oído la verdad acerca de su no–Ella.

En la lista de culpables también la pudo culpar, por no querer ser cuando era, y por el constante querer ser cuando ya no sería. La culpó por sus ahora intolerables faltas de ortografía. La culpó por su disfraz mal logrado de burguesa. La culpó por sus celos, por sus frivolidades, por sus confusiones; la culpó por esforzarse inútilmente para seguir siendo. La culpó por tropezar sin impedir la caída. La culpó por no querer ser escritora de la más linda historia, y por pretender escribir sobre páginas tachadas.
Al final, también admitió su culpa ("La culpa es de uno…"). Culpable por haber creído, culpable por haber sufrido lo innecesario, culpable por la desconfianza y desilusión que ahora escribían sus nuevas historias, y culpable por escribir el final.

La tomó entre sus manos, se despidió con la mirada. La recorrió por última vez, y la dejó caer. No la sostuvo más, no luchó ni un minuto más para impedirlo. Así, en caída libre, sin ningún beso, ni recuerdo, ni ilusión, ni sueño capaces de impedir la caída. Cayó, al abismo de lo ordinario, de lo banal, de lo cotidiano. Caída profunda, de la que ni la más rubia, ni la más alta, ni la más delgada, ni la más culta se pueden levantar.
Marzo 09, 2005.
Condechita

lunes, junio 27, 2005

Anónimo

Como buen cobarde, me vestí de anónimo. Será porque anónimo suena casi como "sin ánimo" Te perseguí por todas las cartas que no escribía, también por los versos que con la frente apoyada en la ventanilla del colectivo, pronunciaba con certeza. Te perseguí por las sonrisas de las table-dancers, de las monjas y de los niños. Así, anónimamente, cobardemente, abyectamente. Y vos tenías un nombre y un hombre.

Me propuse andar a tu ritmo, con tus amantes -sinónimos de estulticia- haciéndote la corte. También cortejé a tus soledades, por si alguna de ellas me aceptaba de inquilino. Cerré los ojos y reprimí a las indecentes lágrimas que hicieron mítin pidiendo irrestricta libertad de expresión. A cambio, y como una negociación que a nadie satisfizo, disfracé la tristeza con sonrisas y también inventé muchas palabras que no decían lo que pensaba. Vos seguías teniendo un nombre (y varios hombres)
Desandé los caminos que nadie había hecho, perdí una fortuna de besos en espaldas que casi no conocía y destrocé no sé cuántas canciones con todas las ganas de que me escucharas. A medianoche encontré a dos perros y un gato a los cuales les conté de ti. Yo seguía sin nombre, sin identidad, siendo tu anónimo, tu sin ánimo, mientras vos seguías con un nombre y quién sabe cuántos hombres.
Pero hasta yo tengo mis límites. Todo esto pude hacerlo hasta hoy. Hasta hoy y hasta aquí me alcanzaron el coraje, la amnesia, el "en nada" si alguien preguntaba "en qué piensas." Hasta hoy y hasta aquí. Hasta el momento previo en que existiera esa fisura en el cielo que provocó la caída consecutiva y cínica de las gotas y el frío y la soledad. Sólo hasta aquí.
Ahora no puedo más ser tu anónimo, tu sin ánimo. Ahora tú ya no podés tener un nombre, y no sé cuántos hombres podás tener. No te creas que cerraré los ojos cada noche sin evocar tu andar de "modelito torpe" y menos aún pienses que dejaré de sonreír si recuerdo que "ríes con los ojos."
A cambio de dejar de ser tu anónimo, tu sin ánimo, vos serás la "sin nombre", la de las canciones dedicadas, la de las cejas delineadas, la de las piernas delicadas. Sin saber tu nombre -o quizá sin querer decirlo- estarás en mí.
Como verás ahora, como sabrás ahora mi "anónima", mi "sin ánima", somos cómplices. Vos estás sonriendo y yo, yo sólo podré decirte que todavía, como aquel primero de vida, me diste una clase... y viceversa.

viernes, junio 03, 2005

Después del silencio.

Recuerda la historia. No la olvides. Escríbela en tu piel, en el ruido de los bares, en papeles inservibles. No olvides esta historia de acordes mayores, del corazón y sus tremores, de sirenas encendidas en el alma, de incendios por doquier.
Recuerda la historia, Niña, no la olvides. Mientras? podés divertirte, juega a ser feliz, procura expropiar la felicidad. Besa muchos labios, todas las bocas que puedas. Entrega el cuerpo cuantas veces sea necesario (no muchas, espero) para borrarme de tu piel. Memoriza otros nombres, otros rostros, las fechas de cumpleaños de tus aduladores, sus números telefónicos (ya sé que para eso está la Palm, pero te lo recomiendo como ejercicio de memoria).
Recuerda la historia. Haz lo posible por saciarte de palabras cursis que otros pronuncien. Cobija muchos mentones y cabellos de todos los colores en tu regazo, visita muchas ciudades, todas las que puedas. Regala todas las estrellas que te he regalado, los libros que no hemos leído, ve a leerlos en otras alcobas. Sé justa: exígeles que aprendan poesía, que te escriban, que te describan, que te inventen.
Recuerda la historia. A mí, olvídame, como lo has hecho ya. Pero recuerda la historia, porque es linda, muy linda, y además, alguien tiene que escribirla, porque yo, te confieso, casi no recuerdo cómo fue.
El U, con la amnesia selectiva, que le dice él.