Lugar de ocio, de letras, de historias absurdas, de historias de amor, que siempre son las más absurdas
sábado, diciembre 24, 2011
El Grinch
sábado, octubre 15, 2011
Andrea
Ahora que el tiempo ha pasado, más de muchos años, pienso, evoco, recuerdo. El Alzheimer sigue sin sembrar totalmente su semilla en mi. Recuerdo cómo fue ese primero de mayo en la Feria de San Marcos. Recuerdo.
Recuerdo que ella iba vestida de noche: pantalón negro, sueter negro alto, cabello al viento. Labios rojísimos y sonrisa perversa. Recuerdo nuestra breve conversación y su "ya me voy". Mi número anotado en un papelito. Ella sonrió -como por protocolo- y sólo le faltó decir: "nosotros te llamamos"
Luego, doce días después (cómo olvidar ese 13 de mayo), la llamada, la delicia de su voz, el "te invito a café" y su "mejor invítame una chela". La risa -su risa como milagro. El beso, el primero, mis manos por su rostro, la vida misma encerrada en el unosetenta infernalmente hermoso.
Recuerdo. Claro que recuerdo. Las noche de bohemia: cantando, suspirando, platicando, comparándonos, cotejándonos, queriéndonos, llorándonos mutuamente solos. Recuerdo. Recuerdo amanecer los sábados e ir al desayuno -como náufragos- a cualquier restaurant, ella diciéndome "marido" y yo tratándola de "esposa" (esas cosas que la gente no entiende y todos se toman en serio), mientras los realmente interesados saben que no son ni marido ni esposa (ah! pero cómo quisieran serlo)
Ella tan divertida para saber que nuestro noviazgo duraba medio día. Yo tan solemne que entendía que ese juego no duraba más de una partida. Recuerdo. Claro que recuerdo. Recuerdo su piel delicada y dulce. Recuerdo sus labios, sus mejillas, su cabello. Recuerdo. Claro que recuerdo!
Por eso ahora que la veo en el altar, tan propia, tan ella, tan celebérrimamente protocolaria, tan propia y tan seria, me pregunto: ¿recordará cuando el mundo era una risa? ¿cuando entre sus manos y mis manos la vida era una carrera?... Sólo eso me pregunto.
Vale pues. Salud y que los matrimonios sean un éxito
Ulises, firmando de testigo del suicidio.
sábado, octubre 08, 2011
Piso Veinte
Todos los días y durante todo el día: negociar, ser paciente, rascarse la nariz y ponerse la mano en la boca para no mentar madres. Todos los días y todo el día: café o nestea, los nuevos y la risa, que si cucú y si el violento, que si el forever-alone y el Sicilia de rigor. Todos los días.
Pero entonces aparece ella. Sí. Así, como inventada de esa historia cursi de un guión de televisa. Ella y su 1.65 que cuando se pone tacones vaya cosa. Ella y su mirada seria y triste. Ella muy seria y él que piensa: "pinche vieja bipolar".
Ella que empieza a sonreír con las cejas aún muy serias. Él que le dice: "á ver, a ver, a ver... dulcifícame la mirada" Ella ríe. Son cómplices. Y empiezan a platicar de su carrera (la de los dos) y sus ganas de cambiar al mundo (las de él) y sus ganas de ser feliz (las de ella).
Ella y un jueves que aparece al final del pasillo con el sol en la espalda y eso le da la idea de un ángel. Y ya sabes, como en esas películas cursis y puñeteras, ella camina lento, con la melena al viento (o al aire acondicionado) y él se queda viéndola como si nada más existiera ese jueves. Suspira. Todos las paredes de su misoginia las han derrumbado veintitrés años de sonrisa y coherencia.
Él pregunta, claro que pregunta: y cómo haces?... Ella sonríe enigmática: "porque me pensaste..." Todo es una fantasía. Suspira aliviado. Ella no ha estado ni estará. Él la ha imaginado y le ha determinado un nombre, una mirada, un perfume y una sonrisa.
Luego, vuelve al trabajo, y quién sabe, tal vez, algún día, la encuentre caminando por el piso veinte...
sábado, mayo 28, 2011
Última Partida
Vale pues. Salud y sabed que los jugadores, como los drogadictos, los alcohólicos y los mandilones, no dejan de serlo nunca.
Ulises, sonriendo y viendo cómo el fulano empieza -otra vez- a perder la partida ante unos ojos dulces como "primavera"
domingo, febrero 13, 2011
Ella, la Primera Ella.
Para Ella, la primera Ella, aunque no lo lea.
porque acecha tu fantasma,
jugando a las escondidas
y yo estoy muy viejo ya..."
Silvio Rodrìguez (Tu Fantasma)
Te acuerdas cómo fue? Fue poco a poco porque al principio ni siquiera me gustabas: tus lentes de bibliotecaria, el peinado de ñoña y la pose de niña seria, de universitaria cien por ciento estudiosa, de "me-dedico-a-los-libros", me caían muy mal.
Luego, un día, entraste tarde a la clase de Seminario II, en el dos-dos-veintiuno, te acuerdas?, de trecetreinta a quince, entraste desplegando tu verdadera personalidad: cabello alaciado, blusa blanca, pantalón de mezclilla, cintura breve, uno setenta de estatura, delgada, excesivamente delgada, mirada terrible, labios rojos fuego, personalidad firme, pero discreta.
Recuerdo exactamente qué estaba pensando: mi ex me tenía harto y estaba adivinando por la ventana del salón cómo era la vida después de la vida, cuando el Carolina Herrera llenó el salón. Hice un gesto de fastidio, algo así como "chingado! quién se pone tanto perfume?". Y cuando te vi, simplemente me gustaste. Sin peros, sin pensar en otra cosa que tus labios (ah! y tus lentes, claro, los lentes de bibliotecaria que siempre me gustaron).
Luego vino el cortejo del que todos sabían, excepto tú. La película, ¿recuerdas? Se llamaba "Un paseo por las nubes" y me tomaste la mano con tus dedos largos y delgados, mientras yo no sabía qué hacer. Vinieron muchas conversaciones breves. Tu mirada, cómo me gustaba (aún hoy me gustaría, creo), tu sonrisa, el tono de voz grave y tu manera de pronunciar la equis que sonaba a "ts".
A veces nos veíamos en la biblioteca del anexo nueve, ¿te acuerdas? Por ti, por merecerte me volví un poco más ñoño y por verte me fui haciendo amigo de tus amigos. ¿Recuerdas el lunes treinta de octubre del noventa y cinco? Era una clase de inglés y yo tenía que sacar copias. Me preguntaste quién me había hecho cambiar tanto y sonreías (siempre me gustó tu sonrisa. Hasta el exceso. Será que fuiste la primera mujer con la que quise compartir toda una vida y verte despertar todas las mañanas con esa sonrisa de luna en cuarto menguante). Te dije que me acompañaras y lo sabrías.Y lo supiste.
No supe de dónde saqué el valor para decirte que eras vos quien me tenía todo el día pensándote. Tampoco supe cómo fue el primer beso. Pero esos diez minutos cada tercer día me hicieron feliz durante dos meses, nueve días y catorce horas.
Cada día, cada beso, cada mirada y cada roce de tus dedos lo recuerdo como si fuera ayer. También los días de sol y de abrazos. La primera vez que salimos, tu forma de caminar: desordenada, como si trataras de encontrar la razón de la vida. Recuerdo todo: tus senos breves, frágiles y dulces. La atorrante manera de decirte que te iba a pertenecer por siempre ("creo que es la única vez que estuve enamorado"), tu cadera...La Vida.
También mi inmadurez, mi seguir buscando lo siguiente, el no conformarme. Y quién hubiera dicho que, catorce años después, te soñaría vestida de la misma forma, que sentiría tu beso tierno pero sensual, que pondría la misma canción que me hace recordarte, al despertar.
Pero ya estás lejos, muy lejos. Cómo pasa el tiempo, me digo. Suspiro y sé que estás bien. Dios te bendiga por lo que trajiste a mi vida. Salud, pues.
Ulises, pensando en lo que pudo haber sido, pero no fue.
sábado, febrero 12, 2011
Sin Palabras
Para Marcela, por que te prometí la historia de forma menos "odiosa" de lo que fue.
(Julio Cortázar, en la frase que "hubiera" quedado perfecta en ese momento...
pero el hubiera, como la suerte...)
En mi celda (luego te cuento por qué le digo la celda), el frío tenía tanto frío que decidió venir a acurrucarse a mi lado. Yo sé que he dicho que soy más de frío que de calor, pero es que "Acá en el Rancho Grande", como todo es extremo, el clima no es la excepción.
Así que a las seis menos cuarto decidí que esto no iba más (y que conste que intenté TODO para proveerme calor) y me metí al baño (es esto un baño?) y entre que el vecino con el que comparto el agua le jalaba a la cadena para dejarme sin agua caliente y yo lo resistía estoicamente, platiqué un rato con la ausencia del recuerdo.
Era jueves, así que tocaba tono café: camisa amarilla, pantalón y zapato café, sin olvidar barra Bran-Frut de piña con café Andatti. Pero todo lo hice al revés: elegí el pantalón negro y la camisa roja, la Bran-Frut de fresa y no fui al Oxxo, sino al 7-Eleven, y que conste que no fue lealtad al que me da de comer, fue un equívoco en la manía.
Mientras estaba en la caja y le pedía al de la tienda (aún no conozco su nombre, pero prometo que se lo preguntaré el lunes) que pusiera el noventayochopuntouno ("Ser Humano", qué mamada!) y la tipa ésta, la que conduce, una argentina (por el tono las reconocereís) estaba dale que dale con el catorce de febrero y que el amor y no sé qué más pavadas, sonreí sin dejo de nostalgia.
Sonreí, de mí para conmigo. Si supiera lo que es el amor, mascullé, seguro que ni siquiera lo festejaría. Porque amar es el inicio de la palabra Amargura. Así que sin más, me decidí a empezar el día laboral por todas las aristas y haciendo a un lado esa parte sentimentaloide que aún me llama desde la esquina de la nostalgia y la hormona, suspiré y me reinventé.
Subí al metro sin detractores ni empujones. Avanzamos las estaciones de rigor, donde más humores, alientos, olores penetrantes me recordaron el por qué estoy aquí. También sos obrero, me dije, y ni jodas con que sos de una clase diferente, estás aquí por un fin mayor...
Para ser coherente con mi pensamiento, le cedí el paso al Cristo Obrero en la lista de canciones, del "aypot". Y así llegamos a Cuauhtémoc. Vos sabés que Cuauhtémoc es como el hormiguero, todos yendo de un lado a otro, todos corriendo y todos empujando. TODOS ("eeees correcto"). TODOS abollando al de junto, tocando hombros, piernas, nalgas, tetas -los más avezados- hasta que haces pasillo.
Y ahí, justo delante de mí, enmedio del bullicio, de los olores y las escaleras, la vi.
Claro que la vi. Era imposible no verla. Cómo explicar esa "aparición buena" con sabor a futuro. Mirada infinita, mirada sol, veleidosa, terrible, auscultante. Carajo, qué mirada. Y fui bajando uno a uno los escalones, como en esas películas cursis con cámara lenta. y soundtrack de rigor (imaginate el aypot pasando del Cristo Obrero al "yur biutiful" ) Ella por supuesto que volteó a verme, pero ni me prestó atención.
De primera, no supe si sus ojos eran oscuros o claros, sólo vi su cabello: negro como el pasado, a media espalda como la soledad. De cerca no era sólo linda, era hermosa. Así, sin escatimarle una sola letra: hermosa.
Ligeramente arriba del unochenta (claro que el tacón hace su labor), la nariz delicadamente perfilada, como tallada, el rostro simétrico, la barbilla firme y los ojos, los ojos más lindos que he visto. Claro que la vi. Quise aprendérmela en un instante porque no sabía si alguna vez más la volvería a ver.
Todas las mujeres son hermosas, dice el lugar común. Yo digo que no. Ninguna mujer es hermosa hasta que la ves con los ojos de la admiración. Hay mujeres guapas pero vanas, hay mujeres profundas pero poco intensas, y así sucesivamente. La del metro, la que te cuento, es esa mujer que se sabe guapa, que tiene personalidad y que no teme demostrarla. Allá los cobardes que no sepan lo que tienen enfrente y ni siquiera se atrevan a preguntarle el nombre.
Eso pensaba mientras seguía con la mirada recorriendo labios, nariz, cabello mejillas (sucesiva e indefinidamente). No sé si se sentiría incómoda, no supe si le molestaba que quisiera aprendrérmela en un instante, tampoco me interesó. Cuando nuestros ojos se encontraron, por un momento, me dejó ver una ternura no explorada que podría ser pretexto o razón o justificación para saberla...
Pero llegó el metro, y el vagón. Y entramos juntos (o casi). Y el perfume de su cabello me inundó. cerré los ojos mientras el deleite de empujones era un arsenal y, también, claro que me prometí que si coincidíamos en Universidad (donde tengo que bajar), le preguntaría por lo menos si sabía volar.
De frente a mí, no abjuró de su vanidad, la perpetró. De frente a ella, intenté una sonrisa, y ella levantó un ceja en clara señal de que ése no era el método. Nunca me dio la espalda. Seguía con la mirada fija en la ventanilla del metro. Bostezó dos veces y, cuando cerraba los ojos, todo su rostro estaba en una paz tan hermosa, que algo en mí dijo que necesitaba besarla.
El tiempo no escatima esfuerzos, perseverante como es, nos llevó a Universidad y coincidimos en la puerta. Nuevamente su perfume, la cabellera, los labios, la nariz, su perfil, el suspiro y yo escuchando en el i-pod eso de que "... cuando te vi sabía que era cierto este temor de hallarme descubierto...".
Descendimos del metro juntos. Todos corriendo y todos con la proximidad de la soledad. Ella y yo caminamos despacio, como extrañados ante este mundo. La prisa es para los que no saben valorar la vida, me repetí. Metió las manos en los bolsillos de su abrigo, sonrió ligeramente e inició la caminata escaleras abajo...
Y mientras la veía caminar lenta, cadenciosa, elegante, inalcanzablemente, me quedé ahí, atrapado entre la muchedumbre fastidiada por el trabajo, por el ya casi son las ocho, por los olores a proletariado, por la soberbia de lo cotidiano.
Carajo! Y yo respirando aceleradamente, con una punzada en no sé dónde, que hace no sé cuánto no sentía, con las manos sudorosas como cuando voy a hacer "la presentación al cliente" y, esta vez, a contracorriente de lo que la gente dice de mí, me quedé sin palabras...
Luego, la ruleta de la vida, volvió a girar...
Vale pues . Salud y que la cobardía no le gane espacios a las palabras
Ulises
miércoles, enero 05, 2011
Epifanía. La Otra.
Epifanía. (Del lat. epiphanīa, y este del gr. ἐπιφάνεια, manifestación). 1. f. Manifestación, aparición. 2. f. Festividad que celebra la Iglesia anualmente el día 6 de enero. ORTOGR. Escr. con may. inicial.
A decir verdad, ese día iba a transcurrir sin pena ni gloria. Quizá con más gloria que pena porque -por fin- logró cumplir a cabalidad cada tarea: desde levantarse cincocuarentaycinco, bañarse en los diez minutos contra reloj, preparar su comida menos ligera que un fast-food y toda esa parafernalia del obrero actual.
Justo antes de salir, la niña de la radio (qué diferencia de tono y discurso), se atoró en el estribillo de que "hoy llegan los Reyes, ¿cómo te has portado este año?" y él contuvo la pregunta: "¿bien?, ¿mal?, ¿quién lo sabe?" Ya no era hora de filosofías, así que se echó encima la chamarra (quién sabe a qué hora salga hoy del trabajo) y los once minutos -tenemos que hacer este tramo en diez- de caminata hasta el camioncito 4.50 para luego recoger el boleto del metro, le supieron a Love Generation, sería que su amarilla acompañante le había seleccionado la rolita para empezar el día.
Sonrío con el primer mensaje, sonrío a solas entre el mar de obreros que "van a lo que van", nada de sonrisas. Se perdió entre el gentío al subir las escaleras, aspiró el aroma de la rubiecita del piercing en la nariz y prefirió cederle el lugar a una mujer mayor (nomás por estigma contra las rubias, pensó). Luego el recorrido por su nueva patria chica ("no me siento extranjero en ningún lugar..." decía el Serrat), le golpeó en el rostro.
"Que modernous", se seguía diciendo, cuando para subir al camión el chofer apenas si tocaba el dinero. Aquí todo se paga con tarjeta: el metro, el camión, la gasolina... -le dijo alguien. Y él tan amigo del plástico... Así fue como comenzó su Epifanía: con un suspiro, con otro mensaje en el celular, con algún barrunto poppero en los oídos.
Entre las bases de datos, las pruebas con el cliente, los equisemele de rigor (el pan nuestro de cada día), se fueron desgajando las horas. Luego, un mensajito en el correo "institucional" le hizo esbozar una sonrisa y el típico pretexto de "le escribo más al ratito", le expropió un suspiro.
Al casi mediodía, como en un Día de Reyes anticipado, en una Epifanía pre-fechada, llegó la bolsita con regalos y él no pudo sonreír por completo (ya sabe usted: aquí se trabaja de sol a sol) y la sonrisa no es muy bien vista cuando el trabajo es para antier. Durante su media hora de comida diaria pepetró, atacó "el otro pan nuestro de cada día" (nunca más literal), como quien va a la cita con el dentista: sin muchas ganas y casi con resignación.
"La gente no cambia, se ablanda", dijo algún personajillo de serie gringa. Él sonrió al pensar que no era que se ablandara, sino que esto también era un poco como su "clínica de recuperación de la soberbia", algo parecido a una "Oceánica para soberbios", así que volvió a atacar a los pendientes: tac, tac, tac... mientras un dejo de conciencia social le picaba en el talón izquierdo...
Justo cuando vislumbraba el horizonte del descanso, "la operación se tornó mas crítica" y el "te puedo pedir que te quedes?" que suena a "tienes que quedarte", le hizo sonreír. Volvió a su lugar, pensó que, bueno, total, nadie me espera para partir la rosca (cuál rosca? se preguntó para -entonces sí, reír de buena gana).
Finalmente, cuando la operación volvió a ser sólo crítica (y no "más" crítica), cuando las aguas volvieron a su cauce y obtuvo su estrellita en la frente, recorrió la hora y media de regreso a casa, pensando que -después de todo- este día, que empezó siendo sin pena ni gloria, terminaba con más gloria que pena (no olvides, lector, la estrellita en la frente, los regalitos, el mensajito y esas cosas imperceptiblemente hermosas que se colaron entre los párrafos).
Así que, cuando el seis de enero empezaba, decidió que era tiempo de dejar de escribir con mayúscula inicial el nombre de su más dulce pesadilla; exilió de su exilio reinventado la sórdida esperanza de que algún día, por un motivo más sórdido aún, La Manifestación, La Aparición le dijera bajito al oído: "no me esperes más, ya estoy aquí"... pero eso sí, con las primeras horas de ese seis de enero, se dijo que en su actual vida, en su Iglesia, tendría que existir, por qué no, una festividad qué celebrar. Así que muy tranquilo, terminó de fumar el cigarro y se fue a dormir...
Vale pues. Salud y que La Epifanía sea más que un regalo, menos que una compra.
El U., diciéndole al del espejo: "mañana no te vas a levantar, cabrón!"