"...esta semana de mi vida no tiene precio..."
Todos los días y durante todo el día: negociar, ser paciente, rascarse la nariz y ponerse la mano en la boca para no mentar madres. Todos los días y todo el día: café o nestea, los nuevos y la risa, que si cucú y si el violento, que si el forever-alone y el Sicilia de rigor. Todos los días.
Pero entonces aparece ella. Sí. Así, como inventada de esa historia cursi de un guión de televisa. Ella y su 1.65 que cuando se pone tacones vaya cosa. Ella y su mirada seria y triste. Ella muy seria y él que piensa: "pinche vieja bipolar".
Ella que empieza a sonreír con las cejas aún muy serias. Él que le dice: "á ver, a ver, a ver... dulcifícame la mirada" Ella ríe. Son cómplices. Y empiezan a platicar de su carrera (la de los dos) y sus ganas de cambiar al mundo (las de él) y sus ganas de ser feliz (las de ella).
Ella y un jueves que aparece al final del pasillo con el sol en la espalda y eso le da la idea de un ángel. Y ya sabes, como en esas películas cursis y puñeteras, ella camina lento, con la melena al viento (o al aire acondicionado) y él se queda viéndola como si nada más existiera ese jueves. Suspira. Todos las paredes de su misoginia las han derrumbado veintitrés años de sonrisa y coherencia.
Él pregunta, claro que pregunta: y cómo haces?... Ella sonríe enigmática: "porque me pensaste..." Todo es una fantasía. Suspira aliviado. Ella no ha estado ni estará. Él la ha imaginado y le ha determinado un nombre, una mirada, un perfume y una sonrisa.
Luego, vuelve al trabajo, y quién sabe, tal vez, algún día, la encuentre caminando por el piso veinte...
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