Para Marcela, por que te prometí la historia de forma menos "odiosa" de lo que fue.
"No puede ser que nos perdamos sin siquiera habernos encontrado"
(Julio Cortázar, en la frase que "hubiera" quedado perfecta en ese momento...
pero el hubiera, como la suerte...)
(Julio Cortázar, en la frase que "hubiera" quedado perfecta en ese momento...
pero el hubiera, como la suerte...)
Afuera ya había empezado a girar la ruleta de la vida. La señora de los tamales tenía ya, para pagr la renta, doce vendidos y los tres sonorenses que recogen la basura sudaban el sudor de la noche anterior.
En mi celda (luego te cuento por qué le digo la celda), el frío tenía tanto frío que decidió venir a acurrucarse a mi lado. Yo sé que he dicho que soy más de frío que de calor, pero es que "Acá en el Rancho Grande", como todo es extremo, el clima no es la excepción.
Así que a las seis menos cuarto decidí que esto no iba más (y que conste que intenté TODO para proveerme calor) y me metí al baño (es esto un baño?) y entre que el vecino con el que comparto el agua le jalaba a la cadena para dejarme sin agua caliente y yo lo resistía estoicamente, platiqué un rato con la ausencia del recuerdo.
Era jueves, así que tocaba tono café: camisa amarilla, pantalón y zapato café, sin olvidar barra Bran-Frut de piña con café Andatti. Pero todo lo hice al revés: elegí el pantalón negro y la camisa roja, la Bran-Frut de fresa y no fui al Oxxo, sino al 7-Eleven, y que conste que no fue lealtad al que me da de comer, fue un equívoco en la manía.
Mientras estaba en la caja y le pedía al de la tienda (aún no conozco su nombre, pero prometo que se lo preguntaré el lunes) que pusiera el noventayochopuntouno ("Ser Humano", qué mamada!) y la tipa ésta, la que conduce, una argentina (por el tono las reconocereís) estaba dale que dale con el catorce de febrero y que el amor y no sé qué más pavadas, sonreí sin dejo de nostalgia.
Sonreí, de mí para conmigo. Si supiera lo que es el amor, mascullé, seguro que ni siquiera lo festejaría. Porque amar es el inicio de la palabra Amargura. Así que sin más, me decidí a empezar el día laboral por todas las aristas y haciendo a un lado esa parte sentimentaloide que aún me llama desde la esquina de la nostalgia y la hormona, suspiré y me reinventé.
Subí al metro sin detractores ni empujones. Avanzamos las estaciones de rigor, donde más humores, alientos, olores penetrantes me recordaron el por qué estoy aquí. También sos obrero, me dije, y ni jodas con que sos de una clase diferente, estás aquí por un fin mayor...
Para ser coherente con mi pensamiento, le cedí el paso al Cristo Obrero en la lista de canciones, del "aypot". Y así llegamos a Cuauhtémoc. Vos sabés que Cuauhtémoc es como el hormiguero, todos yendo de un lado a otro, todos corriendo y todos empujando. TODOS ("eeees correcto"). TODOS abollando al de junto, tocando hombros, piernas, nalgas, tetas -los más avezados- hasta que haces pasillo.
Y ahí, justo delante de mí, enmedio del bullicio, de los olores y las escaleras, la vi.
Claro que la vi. Era imposible no verla. Cómo explicar esa "aparición buena" con sabor a futuro. Mirada infinita, mirada sol, veleidosa, terrible, auscultante. Carajo, qué mirada. Y fui bajando uno a uno los escalones, como en esas películas cursis con cámara lenta. y soundtrack de rigor (imaginate el aypot pasando del Cristo Obrero al "yur biutiful" ) Ella por supuesto que volteó a verme, pero ni me prestó atención.
De primera, no supe si sus ojos eran oscuros o claros, sólo vi su cabello: negro como el pasado, a media espalda como la soledad. De cerca no era sólo linda, era hermosa. Así, sin escatimarle una sola letra: hermosa.
Ligeramente arriba del unochenta (claro que el tacón hace su labor), la nariz delicadamente perfilada, como tallada, el rostro simétrico, la barbilla firme y los ojos, los ojos más lindos que he visto. Claro que la vi. Quise aprendérmela en un instante porque no sabía si alguna vez más la volvería a ver.
Todas las mujeres son hermosas, dice el lugar común. Yo digo que no. Ninguna mujer es hermosa hasta que la ves con los ojos de la admiración. Hay mujeres guapas pero vanas, hay mujeres profundas pero poco intensas, y así sucesivamente. La del metro, la que te cuento, es esa mujer que se sabe guapa, que tiene personalidad y que no teme demostrarla. Allá los cobardes que no sepan lo que tienen enfrente y ni siquiera se atrevan a preguntarle el nombre.
Eso pensaba mientras seguía con la mirada recorriendo labios, nariz, cabello mejillas (sucesiva e indefinidamente). No sé si se sentiría incómoda, no supe si le molestaba que quisiera aprendrérmela en un instante, tampoco me interesó. Cuando nuestros ojos se encontraron, por un momento, me dejó ver una ternura no explorada que podría ser pretexto o razón o justificación para saberla...
Pero llegó el metro, y el vagón. Y entramos juntos (o casi). Y el perfume de su cabello me inundó. cerré los ojos mientras el deleite de empujones era un arsenal y, también, claro que me prometí que si coincidíamos en Universidad (donde tengo que bajar), le preguntaría por lo menos si sabía volar.
De frente a mí, no abjuró de su vanidad, la perpetró. De frente a ella, intenté una sonrisa, y ella levantó un ceja en clara señal de que ése no era el método. Nunca me dio la espalda. Seguía con la mirada fija en la ventanilla del metro. Bostezó dos veces y, cuando cerraba los ojos, todo su rostro estaba en una paz tan hermosa, que algo en mí dijo que necesitaba besarla.
El tiempo no escatima esfuerzos, perseverante como es, nos llevó a Universidad y coincidimos en la puerta. Nuevamente su perfume, la cabellera, los labios, la nariz, su perfil, el suspiro y yo escuchando en el i-pod eso de que "... cuando te vi sabía que era cierto este temor de hallarme descubierto...".
Descendimos del metro juntos. Todos corriendo y todos con la proximidad de la soledad. Ella y yo caminamos despacio, como extrañados ante este mundo. La prisa es para los que no saben valorar la vida, me repetí. Metió las manos en los bolsillos de su abrigo, sonrió ligeramente e inició la caminata escaleras abajo...
Y mientras la veía caminar lenta, cadenciosa, elegante, inalcanzablemente, me quedé ahí, atrapado entre la muchedumbre fastidiada por el trabajo, por el ya casi son las ocho, por los olores a proletariado, por la soberbia de lo cotidiano.
Carajo! Y yo respirando aceleradamente, con una punzada en no sé dónde, que hace no sé cuánto no sentía, con las manos sudorosas como cuando voy a hacer "la presentación al cliente" y, esta vez, a contracorriente de lo que la gente dice de mí, me quedé sin palabras...
En mi celda (luego te cuento por qué le digo la celda), el frío tenía tanto frío que decidió venir a acurrucarse a mi lado. Yo sé que he dicho que soy más de frío que de calor, pero es que "Acá en el Rancho Grande", como todo es extremo, el clima no es la excepción.
Así que a las seis menos cuarto decidí que esto no iba más (y que conste que intenté TODO para proveerme calor) y me metí al baño (es esto un baño?) y entre que el vecino con el que comparto el agua le jalaba a la cadena para dejarme sin agua caliente y yo lo resistía estoicamente, platiqué un rato con la ausencia del recuerdo.
Era jueves, así que tocaba tono café: camisa amarilla, pantalón y zapato café, sin olvidar barra Bran-Frut de piña con café Andatti. Pero todo lo hice al revés: elegí el pantalón negro y la camisa roja, la Bran-Frut de fresa y no fui al Oxxo, sino al 7-Eleven, y que conste que no fue lealtad al que me da de comer, fue un equívoco en la manía.
Mientras estaba en la caja y le pedía al de la tienda (aún no conozco su nombre, pero prometo que se lo preguntaré el lunes) que pusiera el noventayochopuntouno ("Ser Humano", qué mamada!) y la tipa ésta, la que conduce, una argentina (por el tono las reconocereís) estaba dale que dale con el catorce de febrero y que el amor y no sé qué más pavadas, sonreí sin dejo de nostalgia.
Sonreí, de mí para conmigo. Si supiera lo que es el amor, mascullé, seguro que ni siquiera lo festejaría. Porque amar es el inicio de la palabra Amargura. Así que sin más, me decidí a empezar el día laboral por todas las aristas y haciendo a un lado esa parte sentimentaloide que aún me llama desde la esquina de la nostalgia y la hormona, suspiré y me reinventé.
Subí al metro sin detractores ni empujones. Avanzamos las estaciones de rigor, donde más humores, alientos, olores penetrantes me recordaron el por qué estoy aquí. También sos obrero, me dije, y ni jodas con que sos de una clase diferente, estás aquí por un fin mayor...
Para ser coherente con mi pensamiento, le cedí el paso al Cristo Obrero en la lista de canciones, del "aypot". Y así llegamos a Cuauhtémoc. Vos sabés que Cuauhtémoc es como el hormiguero, todos yendo de un lado a otro, todos corriendo y todos empujando. TODOS ("eeees correcto"). TODOS abollando al de junto, tocando hombros, piernas, nalgas, tetas -los más avezados- hasta que haces pasillo.
Y ahí, justo delante de mí, enmedio del bullicio, de los olores y las escaleras, la vi.
Claro que la vi. Era imposible no verla. Cómo explicar esa "aparición buena" con sabor a futuro. Mirada infinita, mirada sol, veleidosa, terrible, auscultante. Carajo, qué mirada. Y fui bajando uno a uno los escalones, como en esas películas cursis con cámara lenta. y soundtrack de rigor (imaginate el aypot pasando del Cristo Obrero al "yur biutiful" ) Ella por supuesto que volteó a verme, pero ni me prestó atención.
De primera, no supe si sus ojos eran oscuros o claros, sólo vi su cabello: negro como el pasado, a media espalda como la soledad. De cerca no era sólo linda, era hermosa. Así, sin escatimarle una sola letra: hermosa.
Ligeramente arriba del unochenta (claro que el tacón hace su labor), la nariz delicadamente perfilada, como tallada, el rostro simétrico, la barbilla firme y los ojos, los ojos más lindos que he visto. Claro que la vi. Quise aprendérmela en un instante porque no sabía si alguna vez más la volvería a ver.
Todas las mujeres son hermosas, dice el lugar común. Yo digo que no. Ninguna mujer es hermosa hasta que la ves con los ojos de la admiración. Hay mujeres guapas pero vanas, hay mujeres profundas pero poco intensas, y así sucesivamente. La del metro, la que te cuento, es esa mujer que se sabe guapa, que tiene personalidad y que no teme demostrarla. Allá los cobardes que no sepan lo que tienen enfrente y ni siquiera se atrevan a preguntarle el nombre.
Eso pensaba mientras seguía con la mirada recorriendo labios, nariz, cabello mejillas (sucesiva e indefinidamente). No sé si se sentiría incómoda, no supe si le molestaba que quisiera aprendrérmela en un instante, tampoco me interesó. Cuando nuestros ojos se encontraron, por un momento, me dejó ver una ternura no explorada que podría ser pretexto o razón o justificación para saberla...
Pero llegó el metro, y el vagón. Y entramos juntos (o casi). Y el perfume de su cabello me inundó. cerré los ojos mientras el deleite de empujones era un arsenal y, también, claro que me prometí que si coincidíamos en Universidad (donde tengo que bajar), le preguntaría por lo menos si sabía volar.
De frente a mí, no abjuró de su vanidad, la perpetró. De frente a ella, intenté una sonrisa, y ella levantó un ceja en clara señal de que ése no era el método. Nunca me dio la espalda. Seguía con la mirada fija en la ventanilla del metro. Bostezó dos veces y, cuando cerraba los ojos, todo su rostro estaba en una paz tan hermosa, que algo en mí dijo que necesitaba besarla.
El tiempo no escatima esfuerzos, perseverante como es, nos llevó a Universidad y coincidimos en la puerta. Nuevamente su perfume, la cabellera, los labios, la nariz, su perfil, el suspiro y yo escuchando en el i-pod eso de que "... cuando te vi sabía que era cierto este temor de hallarme descubierto...".
Descendimos del metro juntos. Todos corriendo y todos con la proximidad de la soledad. Ella y yo caminamos despacio, como extrañados ante este mundo. La prisa es para los que no saben valorar la vida, me repetí. Metió las manos en los bolsillos de su abrigo, sonrió ligeramente e inició la caminata escaleras abajo...
Y mientras la veía caminar lenta, cadenciosa, elegante, inalcanzablemente, me quedé ahí, atrapado entre la muchedumbre fastidiada por el trabajo, por el ya casi son las ocho, por los olores a proletariado, por la soberbia de lo cotidiano.
Carajo! Y yo respirando aceleradamente, con una punzada en no sé dónde, que hace no sé cuánto no sentía, con las manos sudorosas como cuando voy a hacer "la presentación al cliente" y, esta vez, a contracorriente de lo que la gente dice de mí, me quedé sin palabras...
Luego, la ruleta de la vida, volvió a girar...
Vale pues . Salud y que la cobardía no le gane espacios a las palabras
Ulises
1 comentario:
Que delicia leerte, en verdad, me ví en tu lugar.
Claro que tmb me ha pasado.
GRACIAS POR ESTAS REDACCIONES QUE HACES TAN PERSONALES.
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