“y aunque sé que no era la más guapa del mundo
Juro que era más guapa que cualquiera…”
(Joaquín Sabina, “Más Guapa que Cualquiera”)
Juro que era más guapa que cualquiera…”
(Joaquín Sabina, “Más Guapa que Cualquiera”)
Para la "miss de Kinder " más bonita que se haya visto
Siempre supo que ella sería una buena idea. Desde aquel semáforo en rojo que fue el trabajo, donde la encontró, tuvo la certeza de que la búsqueda había terminado. Al fin algo parecido a una sonrisa se dibujaba en las tardes de café y ensayo político –que tenía más de político que de ensayo. Por fin el motivo exacto para suspirar sin tener que acudir al pretexto fisiológico del “no es suspiro, es tomar aire”, cobraba sentido. La mirada encendida, los poros gritando “es el tiempo”, abrieron compuertas, descompusieron olvidos, exiliaron amarguras; todo se conjugó para que aquella mañana tuviera el valor para ir y plantársele de frente a decir: “hola qué tal…”
Y así, con un encuentro “casual”, cruzaron miradas en la cafetería de la escuela. Ambos sonrieron: ella y la sonrisa trident, él y su mascarada de dientes chuecos. Tomó valor de quién sabe dónde y le recitó aquello de: “soy perfectamente capaz de soportar…”, ella sonrió. “También he visto la película” le dijo. El diálogo fue largo –mucho más que este escrito- y después, ya se sabe, los detalles que a él ya no le gustaban, las pequeñas e insignificantes cosas que ya él no hacía: una barra “bran-frut” por la mañana para ella; la visita de ella al cubículo de él; las miradas maliciosas y traviesas de los de intendencia porque “cada vez llega más temprano profe” y “ay miss, ese profe es muy enojón” y las sonrisas cómplices de los amaneceres en que se iban conociendo.
Luego, para seguir el libreto de las relaciones al pie de la letra, la invitación como al descuido: “¿vamos al cine?”, a continuación la cena, si no es mucho pedir. Y la semana siguiente, y la otra y la otra, y otra más. Teatro y “los monólogos de la vagina”, fines de semana en el café y el antro (“con lo que me gustan los antros”, decía él); y también el gimnasio –donde ella era instructora de spinning; el hábito de fumar arrojado al bote de la basura; la mirada de ella, su cabello negro –“largo como madrugada, oscuro como mi pre-vida”- le escribió él.
La Primera Noche. Descubrir el cuerpo sin premisas y con pesquisas, con versos y besos, a la vista del tacto, al tacto de la vista. La semioscuridad y ellos dos, nadie más. Los pasados sin futuro; el presente en un torrente de buenos presagios. La sonrisa de ambos y los besos en voz baja antes de dormir.
Finalmente el despertador, que anuncia las cinco y media, hora del baño. Ella no está, nunca ha estado, tal vez nunca estará. Todo fue un sueño. Pero "qué hubiera pasado, qué hubiera pasado…" se queda pensando él. Luego, a la ducha. Y sonríe y rompe a carcajadas porque esta noche tuvo un sueño, uno de esos sueños de los que uno no quisiera despertar…
Vale pues. Salud y que “la vida sea sueño”, como dijo aquel.
Ulises, sonriendo al cuarto para las diez, con los ojos tapizados de “el sueño.”
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