sábado, octubre 15, 2011

Andrea

"... y es que no importa que digan que está trillado

hablar de amor, que maldigan

si no han probado la noche

en sus brazos de sol ..."

Alejandro Filio ("Brazos de Sol")

Ahora que el tiempo ha pasado, más de muchos años, pienso, evoco, recuerdo. El Alzheimer sigue sin sembrar totalmente su semilla en mi. Recuerdo cómo fue ese primero de mayo en la Feria de San Marcos. Recuerdo.

Recuerdo que ella iba vestida de noche: pantalón negro, sueter negro alto, cabello al viento. Labios rojísimos y sonrisa perversa. Recuerdo nuestra breve conversación y su "ya me voy". Mi número anotado en un papelito. Ella sonrió -como por protocolo- y sólo le faltó decir: "nosotros te llamamos"

Luego, doce días después (cómo olvidar ese 13 de mayo), la llamada, la delicia de su voz, el "te invito a café" y su "mejor invítame una chela". La risa -su risa como milagro. El beso, el primero, mis manos por su rostro, la vida misma encerrada en el unosetenta infernalmente hermoso.

Recuerdo. Claro que recuerdo. Las noche de bohemia: cantando, suspirando, platicando, comparándonos, cotejándonos, queriéndonos, llorándonos mutuamente solos. Recuerdo. Recuerdo amanecer los sábados e ir al desayuno -como náufragos- a cualquier restaurant, ella diciéndome "marido" y yo tratándola de "esposa" (esas cosas que la gente no entiende y todos se toman en serio), mientras los realmente interesados saben que no son ni marido ni esposa (ah! pero cómo quisieran serlo)

Ella tan divertida para saber que nuestro noviazgo duraba medio día. Yo tan solemne que entendía que ese juego no duraba más de una partida. Recuerdo. Claro que recuerdo. Recuerdo su piel delicada y dulce. Recuerdo sus labios, sus mejillas, su cabello. Recuerdo. Claro que recuerdo!

Por eso ahora que la veo en el altar, tan propia, tan ella, tan celebérrimamente protocolaria, tan propia y tan seria, me pregunto: ¿recordará cuando el mundo era una risa? ¿cuando entre sus manos y mis manos la vida era una carrera?... Sólo eso me pregunto.

Vale pues. Salud y que los matrimonios sean un éxito

Ulises, firmando de testigo del suicidio.

sábado, octubre 08, 2011

Piso Veinte

"...esta semana de mi vida no tiene precio..."

Todos los días y durante todo el día: negociar, ser paciente, rascarse la nariz y ponerse la mano en la boca para no mentar madres. Todos los días y todo el día: café o nestea, los nuevos y la risa, que si cucú y si el violento, que si el forever-alone y el Sicilia de rigor. Todos los días.

Pero entonces aparece ella. Sí. Así, como inventada de esa historia cursi de un guión de televisa. Ella y su 1.65 que cuando se pone tacones vaya cosa. Ella y su mirada seria y triste. Ella muy seria y él que piensa: "pinche vieja bipolar".

Ella que empieza a sonreír con las cejas aún muy serias. Él que le dice: "á ver, a ver, a ver... dulcifícame la mirada" Ella ríe. Son cómplices. Y empiezan a platicar de su carrera (la de los dos) y sus ganas de cambiar al mundo (las de él) y sus ganas de ser feliz (las de ella).

Ella y un jueves que aparece al final del pasillo con el sol en la espalda y eso le da la idea de un ángel. Y ya sabes, como en esas películas cursis y puñeteras, ella camina lento, con la melena al viento (o al aire acondicionado) y él se queda viéndola como si nada más existiera ese jueves. Suspira. Todos las paredes de su misoginia las han derrumbado veintitrés años de sonrisa y coherencia.

Él pregunta, claro que pregunta: y cómo haces?... Ella sonríe enigmática: "porque me pensaste..." Todo es una fantasía. Suspira aliviado. Ella no ha estado ni estará. Él la ha imaginado y le ha determinado un nombre, una mirada, un perfume y una sonrisa.

Luego, vuelve al trabajo, y quién sabe, tal vez, algún día, la encuentre caminando por el piso veinte...