Para Ella, la primera Ella, aunque no lo lea.
"Pero cuando puedas, vuelve,
porque acecha tu fantasma,
jugando a las escondidas
y yo estoy muy viejo ya..."
Silvio Rodrìguez (Tu Fantasma)
porque acecha tu fantasma,
jugando a las escondidas
y yo estoy muy viejo ya..."
Silvio Rodrìguez (Tu Fantasma)
Por cierto, hoy te soñé. Quién sabe el modo, el cuándo y el por qué, pero aquí estabas. También sé que no piensas en mí, pero déjame decirte que eso es natural. Hace catorce años que ni una palabra me diriges. Toda una vida, no?
Te acuerdas cómo fue? Fue poco a poco porque al principio ni siquiera me gustabas: tus lentes de bibliotecaria, el peinado de ñoña y la pose de niña seria, de universitaria cien por ciento estudiosa, de "me-dedico-a-los-libros", me caían muy mal.
Luego, un día, entraste tarde a la clase de Seminario II, en el dos-dos-veintiuno, te acuerdas?, de trecetreinta a quince, entraste desplegando tu verdadera personalidad: cabello alaciado, blusa blanca, pantalón de mezclilla, cintura breve, uno setenta de estatura, delgada, excesivamente delgada, mirada terrible, labios rojos fuego, personalidad firme, pero discreta.
Recuerdo exactamente qué estaba pensando: mi ex me tenía harto y estaba adivinando por la ventana del salón cómo era la vida después de la vida, cuando el Carolina Herrera llenó el salón. Hice un gesto de fastidio, algo así como "chingado! quién se pone tanto perfume?". Y cuando te vi, simplemente me gustaste. Sin peros, sin pensar en otra cosa que tus labios (ah! y tus lentes, claro, los lentes de bibliotecaria que siempre me gustaron).
Luego vino el cortejo del que todos sabían, excepto tú. La película, ¿recuerdas? Se llamaba "Un paseo por las nubes" y me tomaste la mano con tus dedos largos y delgados, mientras yo no sabía qué hacer. Vinieron muchas conversaciones breves. Tu mirada, cómo me gustaba (aún hoy me gustaría, creo), tu sonrisa, el tono de voz grave y tu manera de pronunciar la equis que sonaba a "ts".
A veces nos veíamos en la biblioteca del anexo nueve, ¿te acuerdas? Por ti, por merecerte me volví un poco más ñoño y por verte me fui haciendo amigo de tus amigos. ¿Recuerdas el lunes treinta de octubre del noventa y cinco? Era una clase de inglés y yo tenía que sacar copias. Me preguntaste quién me había hecho cambiar tanto y sonreías (siempre me gustó tu sonrisa. Hasta el exceso. Será que fuiste la primera mujer con la que quise compartir toda una vida y verte despertar todas las mañanas con esa sonrisa de luna en cuarto menguante). Te dije que me acompañaras y lo sabrías.Y lo supiste.
No supe de dónde saqué el valor para decirte que eras vos quien me tenía todo el día pensándote. Tampoco supe cómo fue el primer beso. Pero esos diez minutos cada tercer día me hicieron feliz durante dos meses, nueve días y catorce horas.
Cada día, cada beso, cada mirada y cada roce de tus dedos lo recuerdo como si fuera ayer. También los días de sol y de abrazos. La primera vez que salimos, tu forma de caminar: desordenada, como si trataras de encontrar la razón de la vida. Recuerdo todo: tus senos breves, frágiles y dulces. La atorrante manera de decirte que te iba a pertenecer por siempre ("creo que es la única vez que estuve enamorado"), tu cadera...La Vida.
También mi inmadurez, mi seguir buscando lo siguiente, el no conformarme. Y quién hubiera dicho que, catorce años después, te soñaría vestida de la misma forma, que sentiría tu beso tierno pero sensual, que pondría la misma canción que me hace recordarte, al despertar.
Pero ya estás lejos, muy lejos. Cómo pasa el tiempo, me digo. Suspiro y sé que estás bien. Dios te bendiga por lo que trajiste a mi vida. Salud, pues.
Ulises, pensando en lo que pudo haber sido, pero no fue.
Te acuerdas cómo fue? Fue poco a poco porque al principio ni siquiera me gustabas: tus lentes de bibliotecaria, el peinado de ñoña y la pose de niña seria, de universitaria cien por ciento estudiosa, de "me-dedico-a-los-libros", me caían muy mal.
Luego, un día, entraste tarde a la clase de Seminario II, en el dos-dos-veintiuno, te acuerdas?, de trecetreinta a quince, entraste desplegando tu verdadera personalidad: cabello alaciado, blusa blanca, pantalón de mezclilla, cintura breve, uno setenta de estatura, delgada, excesivamente delgada, mirada terrible, labios rojos fuego, personalidad firme, pero discreta.
Recuerdo exactamente qué estaba pensando: mi ex me tenía harto y estaba adivinando por la ventana del salón cómo era la vida después de la vida, cuando el Carolina Herrera llenó el salón. Hice un gesto de fastidio, algo así como "chingado! quién se pone tanto perfume?". Y cuando te vi, simplemente me gustaste. Sin peros, sin pensar en otra cosa que tus labios (ah! y tus lentes, claro, los lentes de bibliotecaria que siempre me gustaron).
Luego vino el cortejo del que todos sabían, excepto tú. La película, ¿recuerdas? Se llamaba "Un paseo por las nubes" y me tomaste la mano con tus dedos largos y delgados, mientras yo no sabía qué hacer. Vinieron muchas conversaciones breves. Tu mirada, cómo me gustaba (aún hoy me gustaría, creo), tu sonrisa, el tono de voz grave y tu manera de pronunciar la equis que sonaba a "ts".
A veces nos veíamos en la biblioteca del anexo nueve, ¿te acuerdas? Por ti, por merecerte me volví un poco más ñoño y por verte me fui haciendo amigo de tus amigos. ¿Recuerdas el lunes treinta de octubre del noventa y cinco? Era una clase de inglés y yo tenía que sacar copias. Me preguntaste quién me había hecho cambiar tanto y sonreías (siempre me gustó tu sonrisa. Hasta el exceso. Será que fuiste la primera mujer con la que quise compartir toda una vida y verte despertar todas las mañanas con esa sonrisa de luna en cuarto menguante). Te dije que me acompañaras y lo sabrías.Y lo supiste.
No supe de dónde saqué el valor para decirte que eras vos quien me tenía todo el día pensándote. Tampoco supe cómo fue el primer beso. Pero esos diez minutos cada tercer día me hicieron feliz durante dos meses, nueve días y catorce horas.
Cada día, cada beso, cada mirada y cada roce de tus dedos lo recuerdo como si fuera ayer. También los días de sol y de abrazos. La primera vez que salimos, tu forma de caminar: desordenada, como si trataras de encontrar la razón de la vida. Recuerdo todo: tus senos breves, frágiles y dulces. La atorrante manera de decirte que te iba a pertenecer por siempre ("creo que es la única vez que estuve enamorado"), tu cadera...La Vida.
También mi inmadurez, mi seguir buscando lo siguiente, el no conformarme. Y quién hubiera dicho que, catorce años después, te soñaría vestida de la misma forma, que sentiría tu beso tierno pero sensual, que pondría la misma canción que me hace recordarte, al despertar.
Pero ya estás lejos, muy lejos. Cómo pasa el tiempo, me digo. Suspiro y sé que estás bien. Dios te bendiga por lo que trajiste a mi vida. Salud, pues.
Ulises, pensando en lo que pudo haber sido, pero no fue.