sábado, diciembre 25, 2010

Exilio

"Harto ya de estar harto ya me cansé
de preguntarle al mundo por qué y por qué
la Rosa de los Vientos me ha de ayudar
y desde ahora vais a verme Vagabundear..."
(Joan Manuel Serrat, Vagabundear)

Para Ella, porque si no nos hubiera ganado el tiempo... pero el hubiera y la suerte son para los pendejos.

¿Y si no nos hubiera ganado el tiempo? -pensó mientras daba una fumada al cigarro. ¿Y si ese doce de junio ella no hubiera sido la primera en hablar? -murmuró mientras veía las luces de la terminal. Quién sabe, tal vez estaríamos juntos y esas pendejadas del perro, la nena y la camioneta estarían concretadas. Sonrío amargamente.

Para su mala fortuna, rememoró cómo había sido su vida desde que su "No-Ella" había anunciado matrimonio-familia-hijo-y-todo: un día en una mesa, otra noche en otra cama, escribiendo a rabiar, analizando y sonriendo entre lascivo, magnánimo y sarcástico. Había tenido -nunca retenido- a mujeres que él quería, pero no a la que le quería. Había cantado todas las canciones que no le habían dedicado y había destrozado más de cinco quimeras. Sus teorías, nunca comprobadas, ocupaban todo una bodega entre sus letras. A veces creía que lo que se le venía a la mente merecía ser escrito, pero luego lo olvidaba. Claro, que cuando otro -más renombrado- decía lo mismo, él sonreía y no atinaba más que a descubrir un plagio de Dios.


La maleta verde, a préstamo y me la cuidas bien, le hizo volver a la realidad. Estaba a punto de matar a su vaca y todavía la cobardía le hizo un guiño: "y si no me voy?" se preguntó. Pero de inmediato eliminó la idea al pensar en sus acreedores, en las esperanzas y en sí mismo, en cómo se fallaría si decidiera no irse.


Para este exilio no habían fastuosas ceremonias ni grandes fiestas. Quizá sí, una menguada y de final feliz con una de cuyo nombre quién sabe si recordaría. Estaba en la terminal (vaya nombre para un lugar donde nada termina) y esperaba, contaba los minutos para salir a su nuevo destino.


Todavía tuvo tiempo de que lo atravesara un suspiro. Quién sabe si volvería, quién sabe que le esperaba. Sonrío. Eso era lo que le impulsaba al movimiento: el después, la aventura. Se repitió -bajito, por si acaso- las palabras de su Maestro: "... Muchos me dirán aventurero, y lo soy, solo que de un tipo diferente y de los que ponen el pellejo para demostrar sus verdades..."


Eran las quince treinta. Procedió a la despedida como quien ataca el plato fuerte de una comida. Sin dudas y sin magnanimidades sólo dijo: "vengo en un rato..." Abordó el camión. Luego, la vida en Pebla que se quedó sin U -como dijo un sabio- siguió tan normal como siempre.


Vale pues. Salud y exilio para aprender a catar la verdad de la vida.
U,

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