miércoles, enero 05, 2011

Epifanía. La Otra.

Epifanía. (Del lat. epiphanīa, y este del gr. ἐπιφάνεια, manifestación). 1. f. Manifestación, aparición. 2. f. Festividad que celebra la Iglesia anualmente el día 6 de enero. ORTOGR. Escr. con may. inicial.

A decir verdad, ese día iba a transcurrir sin pena ni gloria. Quizá con más gloria que pena porque -por fin- logró cumplir a cabalidad cada tarea: desde levantarse cincocuarentaycinco, bañarse en los diez minutos contra reloj, preparar su comida menos ligera que un fast-food y toda esa parafernalia del obrero actual.

Justo antes de salir, la niña de la radio (qué diferencia de tono y discurso), se atoró en el estribillo de que "hoy llegan los Reyes, ¿cómo te has portado este año?" y él contuvo la pregunta: "¿bien?, ¿mal?, ¿quién lo sabe?" Ya no era hora de filosofías, así que se echó encima la chamarra (quién sabe a qué hora salga hoy del trabajo) y los once minutos -tenemos que hacer este tramo en diez- de caminata hasta el camioncito 4.50 para luego recoger el boleto del metro, le supieron a Love Generation, sería que su amarilla acompañante le había seleccionado la rolita para empezar el día.

Sonrío con el primer mensaje, sonrío a solas entre el mar de obreros que "van a lo que van", nada de sonrisas. Se perdió entre el gentío al subir las escaleras, aspiró el aroma de la rubiecita del piercing en la nariz y prefirió cederle el lugar a una mujer mayor (nomás por estigma contra las rubias, pensó). Luego el recorrido por su nueva patria chica ("no me siento extranjero en ningún lugar..." decía el Serrat), le golpeó en el rostro.

"Que modernous", se seguía diciendo, cuando para subir al camión el chofer apenas si tocaba el dinero. Aquí todo se paga con tarjeta: el metro, el camión, la gasolina... -le dijo alguien. Y él tan amigo del plástico... Así fue como comenzó su Epifanía: con un suspiro, con otro mensaje en el celular, con algún barrunto poppero en los oídos.

Entre las bases de datos, las pruebas con el cliente, los equisemele de rigor (el pan nuestro de cada día), se fueron desgajando las horas. Luego, un mensajito en el correo "institucional" le hizo esbozar una sonrisa y el típico pretexto de "le escribo más al ratito", le expropió un suspiro.

Al casi mediodía, como en un Día de Reyes anticipado, en una Epifanía pre-fechada, llegó la bolsita con regalos y él no pudo sonreír por completo (ya sabe usted: aquí se trabaja de sol a sol) y la sonrisa no es muy bien vista cuando el trabajo es para antier. Durante su media hora de comida diaria pepetró, atacó "el otro pan nuestro de cada día" (nunca más literal), como quien va a la cita con el dentista: sin muchas ganas y casi con resignación.

"La gente no cambia, se ablanda", dijo algún personajillo de serie gringa. Él sonrió al pensar que no era que se ablandara, sino que esto también era un poco como su "clínica de recuperación de la soberbia", algo parecido a una "Oceánica para soberbios", así que volvió a atacar a los pendientes: tac, tac, tac... mientras un dejo de conciencia social le picaba en el talón izquierdo...

Justo cuando vislumbraba el horizonte del descanso, "la operación se tornó mas crítica" y el "te puedo pedir que te quedes?" que suena a "tienes que quedarte", le hizo sonreír. Volvió a su lugar, pensó que, bueno, total, nadie me espera para partir la rosca (cuál rosca? se preguntó para -entonces sí, reír de buena gana).

Finalmente, cuando la operación volvió a ser sólo crítica (y no "más" crítica), cuando las aguas volvieron a su cauce y obtuvo su estrellita en la frente, recorrió la hora y media de regreso a casa, pensando que -después de todo- este día, que empezó siendo sin pena ni gloria, terminaba con más gloria que pena (no olvides, lector, la estrellita en la frente, los regalitos, el mensajito y esas cosas imperceptiblemente hermosas que se colaron entre los párrafos).

Así que, cuando el seis de enero empezaba, decidió que era tiempo de dejar de escribir con mayúscula inicial el nombre de su más dulce pesadilla; exilió de su exilio reinventado la sórdida esperanza de que algún día, por un motivo más sórdido aún, La Manifestación, La Aparición le dijera bajito al oído: "no me esperes más, ya estoy aquí"... pero eso sí, con las primeras horas de ese seis de enero, se dijo que en su actual vida, en su Iglesia, tendría que existir, por qué no, una festividad qué celebrar. Así que muy tranquilo, terminó de fumar el cigarro y se fue a dormir...


Vale pues. Salud y que La Epifanía sea más que un regalo, menos que una compra.

El U., diciéndole al del espejo: "mañana no te vas a levantar, cabrón!"