sábado, octubre 02, 2010

Dos de Octubre. De Olvidos y Reencuentros.

"... cuando se hallan dos balas
sobre un campo de guerra
algo debe ocurrir..."
(Silvio Rodríguez, "La Familia, La Propiedad Privada y El Amor")


Para vos, porque si lo lees, te encontrarás.

Cuenta la leyenda que estuvieron juntos en esa reunión. Ella, muy joven y él no tanto. Ella alumna de la Facultad de Filosofía, él, clases de Revolución. Ella tenía ojos grandes y muy claros, él tenía siempre el ceño de quien va al ataque. Pero ahí estaban. Era dos de octubre (ella, ¿ olvida?).

Ella se atrevió a preguntarle por la cicatriz en la barbilla, él se movía nervioso mientras jugaba con un botón del vetusto saco porque nunca una mirada le había auscultado tanto.

Ella y su falda hippie, él y su traje sesentaydos que sabe a sesentayocho. Ni se inmutaron cuando vieron aparecer a los primeros oradores, ella comentó algo de un libro, a él le sorprendió que –a su edad- ella lo hubiera leído. Ella marcaba el paso con las ideas por delante, él no tenía más paciencia para dar. Pero ahí estaba. Dos de octubre (no lo olvido).

El año, no lo sé bien, pero ella tenía ese rubor que nunca se le iba a quitar, aunque después su rostro podría ser vapuleado por unas cuantas balas y su sonrisa incandescente estaría sepultada en el Campo Marte.

Él tampoco tenía esperanzas de salir indemne de esa quimera. Así que se tomaron fuertemente las manos, porque así mandan los cánones del compañerismo. En ella latían un millón de estrellas y en él todos los soles se habían apagado. Pero ella le dio la esperanza y la fe que este mundo podría ser mejor.

 Él empezó a tararear la Internacional y ella, con miedo, le seguía los acordes porque lo que más quería era sentirse protegida.

Cada abrazo de ella, en el sigilo ensordecedor de la plaza, le hacía sentir –a él- que acababa de encontrar al diamante que había buscado. No tenía idea de cuántos mayos, octubres o navidades les separaban. Ya para cuando las arengas, ya para cuando las consignas gritaban el movimiento urbano, ellos se fundieron en un beso. La lengua táctil de ella se entreveró en el furioso combate con los labios tabaco de él. Era dos de octubre (no lo olvides)

Se miraron a los ojos y volvieron a comerse los labios durante la bengala que recorrió el cielo. Ellos ni por enterados. Ella llevó una mano al rostro de él y le juro no olvidarla. Él, por su parte, menos hecho para esos menesteres de la ternura, le abrazó y le juró un “para siempre”.

Luego, vos sabés, los del guante blanco, los milicos, la separación, el cada quién por su lado, el sálvese quien pueda, el puto sistema asaltando los sueños y los labios de ella, tan besables, tan mordisqueables, tan adorables, tan suyos, tan de él, tan lejanos que nunca pudo besar otra vez. La mirada de él, desde entonces tan vacía, los gritos, la impotencia, las balas cruzando el aire, las tanquetas, el ruido de la metralla, la familia que se calla, el edificio donde lo escondieron… la certeza de que nunca volverían a ser. Fue dos de octubre (no lo olviden).

El tiempo es una broma de una mente macabra. Y muchos años después. Él, comido y carcomido por el sistema, con el doctorado y la cátedra universitaria, con el paso lento, los lentes de aumento, el parkinson avanzado, encuentra a una mujer de ojos claros, muy claros, de mejillas encendidas y sonrisa maligna. Ella sigue vistiendo la falda hippie, tiene –también, qué cosas- un doctorado, pero en Revoluciones y no se cansa de luchar.

Al viejo la mirada cansada, los pasos lentos, los pocos cabellos, se le encienden. Ella duda un poco, detienen ambos sus caminos, siempre en contrasentido. Ella sonríe. Él carraspea. Son Casi Felices. Él pregunta: “¿sos vos?”

Y ella desde sus más añejos recuerdos, amarrando las ganas, sólo atina a lanzar el dardo envenado del sarcasmo: 2 de octubre no se olvida, ”Doctor”…

Vale pues. Salud y que la tradición, el conformismo, "la familia, la propiedad privada, el amor" y el pedigree no os ganen la partida de la conciencia
 
Ulises, en el dos de octubre.